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Sirácides (Eclesiástico) : 17
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El Señor sacó al hombre de la tierra, y allá lo hace volver.
Para cada uno determinó el tiempo de su venida y el número de sus días; les dio poder sobre las cosas de la tierra.
Los revistió de fuerza semejante a la suya, haciéndolos a su imagen.
Hizo que todo ser animado los temiera, y que fueran amos de las fieras salvajes y de las aves.
Les dio para que percibieran la realidad una conciencia, una lengua y ojos, oídos y entendimiento.
Los llenó de saber y de inteligencia, y les enseñó el bien y el mal.
Puso en ellos su ojo interior, haciéndolos así descubrir las grandes cosas que había hecho,
para que alabaran su nombre santísimo y proclamaran la grandeza de sus obras.
Les reveló además un saber, y los dotó de una ley de vida.
Concluyó con ellos una Alianza eterna y les enseñó sus decretos.
Sus ojos contemplaron su gloria majestuosa, sus oídos oyeron su voz poderosa.
Les dio mandamientos con respecto a su prójimo, diciéndoles: "Eviten cualquier injusticia".
El comportamiento del hombre está siempre ante sus ojos, no pueden escapar a su mirada.
Dio a cada nación un guía, pero Israel pertenece en propiedad al Señor.
Todas sus obras están ante él como a pleno sol, no pierde de vista por dónde andan.
No se le ocultan sus injusticias, todos sus pecados están delante del Señor.
Guarda como objeto precioso la limosna que se hace, preserva las buenas obras de cada uno como a la niña de sus ojos.
Se levantará un día, entregará las recompensas, depositando sobre sus cabezas lo que les corresponde.
A los que se arrepienten les concede que vuelvan, anima a los que se descorazonaron.
Conviértete al Señor y renuncia al pecado, rézale y disminuye tus ofensas.
Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia, ten horror de lo que es abominable.
¿Quién alabará al Altísimo en la morada de los muertos? Son los vivos los que le dan la alabanza?
El muerto no puede alabar, es como si no existiera; es el vivo, el que está sano, el que alaba al Señor.
¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que se convierten a él!
El hombre no puede tenerlo todo: para comenzar el hijo del hombre no es inmortal.
¿Qué es más luminoso que el sol? Y sin embargo va declinando. ¡Qué error más grande es la pretensión de un ser de carne y hueso!
El Señor controla los ejércitos celestiales, y los hombres, en cambio, no son más que tierra y ceniza.
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