No soy más que un mortal como todos los demás, un descendiente del primero que fue formado de la tierra. Mi cuerpo se elaboró en el vientre de mi madre,
donde durante diez meses fui modelado en su sangre, a partir del semen viril y del placer compartido en una cama.
Estamos en las manos de Dios, nosotros, nuestras palabras, nuestras reflexiones y nuestras habilidades.
El me dio el verdadero conocimiento de la realidad: la constitución del universo y las propiedades de los elementos,
el comienzo, el fin y el entretiempo, las posiciones del sol y la alternancia de las estaciones,
los ciclos del año y el movimiento de las estrellas,
las diferentes especies y el comportamiento de las fieras salvajes, el poder de los espÃritus y los problemas de los hombres, la variedad de las plantas y las propiedades de sus raÃces.
Supe, pues, todo lo que está oculto y todo lo que se ve, puesto que la sabidurÃa que lo ha hecho todo me lo enseñaba.
En ella se encuentra un espÃritu inteligente, santo, único, múltiple, ágil, móvil, penetrante, puro, lÃmpido, no puede corromperse, orientado al bien y eficaz.
Es un espÃritu irresistible, bienhechor, amigo de los hombres, firme, seguro, apacible, que lo puede todo y que vela por todo, impregna a todos los otros espÃritus por inteligentes, puros y sutiles que sean.
La sabidurÃa es más movible que cualquier cosa, gracias a su fuerza atraviesa y lo penetra todo.
Se desprende, como un vapor, del poder de Dios, es una emanación muy pura de su Gloria; por eso, nada de sucio se introduce en ella.
Es la irradiación de la luz eterna, el espejo sin tacha de la actividad de Dios y la imagen de su perfección.
Es una, pero lo puede todo; sin salir de sà misma, lo renueva todo. De generación en generación pasa a las almas santas de las cuales hace amigos de Dios y profetas.
Porque Dios sólo ama al que vive con la SabidurÃa.
Es más bella que el sol y supera a cualquier constelación; comparada con la luz, le gana,
porque la noche sucede al dÃa, mientras que el mal jamás vencerá a la sabidurÃa.