Para tus santos, sin embargo, resplandecÃa la luz. Los egipcios no los veÃan, pero los oÃan y pensaban que habÃan tenido mucha suerte al librarse de ellas.
En vez de esa oscuridad diste a tu pueblo una columna de fuego para que los guiara en su viaje a la aventura: su gloriosa migración se iba pues a hacer bajo un sol que no los quemarÃa.
Los Egipcios merecieron esa privación de la luz, esas tinieblas que los aprisionaban: ¿no habÃan ellos acaso retenido cautivos a tus hijos que debÃan llevar al mundo la luz inapagable de tu Ley?
En ese mismo momento le hacÃan eco los clamores confusos de sus enemigos, junto con los gritos lastimeros de los que lloraban a sus hijos.
Una misma sentencia habÃa castigado al servidor y a su patrón; el hombre del pueblo sufrÃa lo mismo que el rey.
Lloraban a sus innumerables muertos, derribados todos por la misma muerte; los vivos no daban abasto para enterrarlos: la flor y nata de esa raza habÃa perecido en un instante.
Cuando todo estaba tranquilo en medio del silencio, y habÃa transcurrido la mitad de la noche,
tu Palabra omnipotente se lanzó desde lo alto de los cielos, donde está junto a tu trono real, y se precipitó como un guerrero furioso sobre el paÃs condenado al exterminio. Llevaba como espada acerada tu irrevocable decisión;
tocaba el cielo y pisaba la tierra; cuando golpeaba esparcÃa la muerte por todas partes.
De repente se sintieron perturbados por apariciones y horribles pesadillas: un terror indecible se apoderó de ellos.
Un hombre intachable tomó inmediatamente su defensa con las armas de su ministerio: la oración y el incienso de los sacrificios expiatorios. Asà enfrentó a tu cólera, Señor, y puso fin a su prueba: vieron entonces que era tu servidor.
Puso fin a tu resentimiento no con la fuerza fÃsica o la eficacia de las armas sino con su palabra: le recordó al Exterminador las promesas y las alianzas pactadas antiguamente con nuestros padres.
Cuando se interpuso, los muertos ya se apilaban; puso fin a la Cólera y le cerró el camino hacia los vivos.
Todo el mundo estaba representado en su larga túnica, en las cuatro hileras de piedras preciosas llevaba los nombres gloriosos de nuestros padres, y en su cabeza la diadema de tu majestad.
Al verlo, el Exterminador retrocedió y tuvo miedo: habÃa bastado con este anticipo de tu cólera.