Behold, what manner of love the Father hath bestowed upon us, that we should be called the sons of God: therefore the world knoweth us not, because it knew him not.
Pero tú, oh Dios nuestro, eres bueno y veraz; tú eres paciente y gobiernas el universo con misericordia.
Aunque pequemos, somos tuyos, pues reconocemos tu poder; pero, sabiendo que somos tuyos, evitaremos el pecado.
Toda la rectitud consiste en conocerte; reconocer tu poder es el punto de partida de la inmortalidad.
Nosotros no nos hemos dejado engañar por una invención mentirosa de los hombres, por esas obras inútiles de los artistas, esos ídolos embadurnados de colores.
Solo conmueven a los insensatos, que pueden excitarse por la belleza inanimada de imágenes muertas.
En verdad, los fabricantes de imágenes sólo buscan su desgracia y la tienen bien merecida, y lo mismo los que creen en ellas y las adoran.
Veamos ahora a un alfarero: moldea concienzudamente la blanda arcilla, modela para nuestra utilidad toda clase de objetos. De la misma masa saca utensilios destinados a usos nobles y otros, a usos ordinarios. ¿Para qué servirá tal o cual cántaro? Eso lo decide el alfarero.
Con la misma arcilla elabora la estatua de un dios falso: ¡cuánto trabajo perdido por un hombre justamente salido de la tierra y que dentro de poco volverá a ella cuando le pidan de nuevo su alma!
No reflexiona que tendrá que morir y que su vida es breve: sólo piensa en rivalizar con los orfebres y los fundidores de plata, imita a los que cuelan el bronce y se gloría de fabricar cosas falsas.
Su corazón no es más que ceniza, sus ambiciones son más inconsistentes que la tierra; pero su existencia tiene menos valor que la arcilla
ya que ignora al que lo formó y no reconoce al que le insufló un alma consciente, poniendo en él el soplo vital.
La vida le parece un juego, y la existencia una seguidilla de negocios: "¡Hay que sacar provecho, dice, de cualquier parte, incluso del mal!"
Ese hombre sabe mejor que los otros que peca al fabricar de un mismo barro, cosas e imágenes divinas.
Pero los enemigos de tu pueblo, los que lo oprimieron, eran realmente insensatos, y merecían más lástima que pobres niños ingenuos.
Habían adoptado como dioses a ídolos venidos de todas las naciones - imágenes incapaces de ver con sus ojos, respirar con su nariz, oír con sus oídos; que no podían ni tocar con sus dedos ni caminar con sus pies.
Eso era normal pues fue un hombre quien las hizo. El que las elaboró no tenía más vida que la que se le dio, y ni siquiera era capaz de hacer un dios que se le asemejara,
porque sus manos impías de mortal sólo producían cosas muertas. Ese hombre tiene más valor que los objetos que adora: él por lo menos vive, pero éstos, jamás.
Esa gente adora hasta a las fieras más repugnantes (porque de hecho son más estúpidas que las demás).
Estas no tienen absolutamente nada de atrayente y espantan cualquier deseo de alabar a Dios y de darle gracias.