La Sabiduría protegió al padre del mundo, a ese primer hombre que fue formado por Dios y que fue creado como único. Lo levantó de su caída
y le dio la fuerza para que dominara a todas las cosas.
El hombre se alejó de ella, arrastrado por su propio furor, se hizo malo hasta matar a su hermano y se perdió junto con su arrebato.
Pero cuando por culpa de él las aguas inundaron la tierra, la Sabiduría lo salvó una vez más: ella guiaba su barca.
Más tarde los pueblos se juntaron para hacer el mal, y la discordia se instaló en medio de ellos. La sabiduría reconoció entonces a otro justo: lo mantuvo irreprochable delante de Dios y le dio la fuerza para sobreponerse a la ternura por su hijo.
Ella también libró al justo en su huída, cuando bajaba el fuego sobre las cinco ciudades para aniquilar a los impíos.
Y aún hasta ahora permanece un testigo de su perversidad: una tierra árida y siempre humeante, arbustos cuyos frutos no maduran, una columna de sal en recuerdo de la que no creyó.
Los que se apartaron del camino de la Sabiduría no sólo fueron castigados, perdiendo su felicidad, sino que sus ruinas están allí como un recuerdo para todos los vivos, para que sus pecados no sean nunca olvidados.
En cambio la Sabiduría libró de sus problemas a los que la servían.
Condujo por caminos seguros al justo que huía de la cólera de su hermano. Le mostró el reino de Dios y le permitió que conociera a los santos ángeles. Hizo que tuviera éxito en sus trabajos y que fructificaran sus esfuerzos.
Lo defendió contra la avaricia de sus amos y lo hizo muy rico.
Lo guardó de sus enemigos y lo protegió de los que le tendían trampas. Le dio la victoria en un rudo combate para hacerle entender que la piedad es más poderosa que cualquier otra cosa.
La Sabiduría no abandonó al justo cuando lo vendieron: lo preservó del pecado.
Descendió con él al pozo y no lo dejó solo en la prisión; muy por el contrario, le confió el poder en el reino y le dio autoridad sobre los que lo habían perseguido. Hizo que quedara al descubierto la mentira de sus calumniadores y le consiguió una gloria que no pasará.
La Sabiduría arrancó al pueblo santo, a la raza irreprochable de manos de la nación opresora.
Entró en el alma de un servidor del Señor para hacer frente a reyes temibles, por medio de señales y prodigios.
Le dio al pueblo santo el pago por sus penas, los guió por un camino asombroso. Los cubría con su sombra durante el día y los alumbraba como un astro durante la noche.
Los hizo pasar el Mar Rojo: ¡atravesaron las inmensas aguas!
Ella se tragó a sus enemigos, para luego echar sus cuerpos a lo más profundo del mar.
De ese modo los justos despojaron a los impíos; ¡cantaron himnos a tu santo Nombre, oh Señor! Con un solo corazón te dieron gracias, porque tú los habías librado.
Porque el Señor abre la boca de los mudos y hace hablar a los pequeñines.