Más tarde los pueblos se juntaron para hacer el mal, y la discordia se instaló en medio de ellos. La sabidurÃa reconoció entonces a otro justo: lo mantuvo irreprochable delante de Dios y le dio la fuerza para sobreponerse a la ternura por su hijo.
Y aún hasta ahora permanece un testigo de su perversidad: una tierra árida y siempre humeante, arbustos cuyos frutos no maduran, una columna de sal en recuerdo de la que no creyó.
Los que se apartaron del camino de la SabidurÃa no sólo fueron castigados, perdiendo su felicidad, sino que sus ruinas están allà como un recuerdo para todos los vivos, para que sus pecados no sean nunca olvidados.
En cambio la SabidurÃa libró de sus problemas a los que la servÃan.
Lo defendió contra la avaricia de sus amos y lo hizo muy rico.
Lo guardó de sus enemigos y lo protegió de los que le tendÃan trampas. Le dio la victoria en un rudo combate para hacerle entender que la piedad es más poderosa que cualquier otra cosa.
La SabidurÃa no abandonó al justo cuando lo vendieron: lo preservó del pecado.
La SabidurÃa arrancó al pueblo santo, a la raza irreprochable de manos de la nación opresora.
Entró en el alma de un servidor del Señor para hacer frente a reyes temibles, por medio de señales y prodigios.
Le dio al pueblo santo el pago por sus penas, los guió por un camino asombroso. Los cubrÃa con su sombra durante el dÃa y los alumbraba como un astro durante la noche.
Los hizo pasar el Mar Rojo: ¡atravesaron las inmensas aguas!
Ella se tragó a sus enemigos, para luego echar sus cuerpos a lo más profundo del mar.
De ese modo los justos despojaron a los impÃos; ¡cantaron himnos a tu santo Nombre, oh Señor! Con un solo corazón te dieron gracias, porque tú los habÃas librado.
Porque el Señor abre la boca de los mudos y hace hablar a los pequeñines.