He entrado en mi huerto, hermana mía, novia mía, he tomado mi mirra con mi perfume, he comido mi miel en su panal, he bebido mi vino y mi leche. Amigos, coman, beban, compañeros, embriáguense. Ella:
Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto. Oí la voz de mi amado que me llamaba: «Abreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, preciosa mía; que mi cabeza está cubierta de rocío, y mis cabellos, de la humedad de la noche.»
Me quité la túnica, ¿tendré que ponérmela otra vez? Me lavé los pies, ¿tendré que ensuciármelos de nuevo?
Mi amado metió la mano por la cerradura; ¡cómo se me estremeció el corazón!
Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra, corrió mirra de mis dedos sobre el pestillo de la cerradura.
Abrí a mi amado, pero mi amado ya se había ido. ¡Se me fue el alma tras de él! Lo busqué y no lo hallé, lo llamé y no me respondió.
Me encontraron los centinelas los que andan de ronda por la ciudad, me golpearon y me hirieron Me quitaron mi chal, los guardias de las murallas
Hijas de Jerusalén, yo les ruego por si encuentran a mi amado... ¿Qué le dirán? Que estoy enferma de amor. Coro:
Oh tú, la más bella de las mujeres, ¿qué distingue a tu amado de los otros? ¿Qué distingue a tu amado de los otros para que así nos mandes? Ella:
Mi amado es vigorozo y buen mozo, dintinguido entre mil.
Su cabeza brilla como el oro puro; sus cabellos, como hojas de palma, son negros como el cuervo.
Sus ojos, como palomas junto a una fuente de agua, que se bañan en leche, posadas junto a un estanque;
sus mejillas, plantaciones de balsameras, cultivo de plantas olorosas. Sus labios son lirios que destilan mirra pura.
Sus manos son aros de oro adornados con piedras de Tarsis. Su vientre, marfil pulido, cubierto de zafiros.
Sus piernas, columnas de mármol, asentadas en basas de oro puro. Su aspecto es como el Líbano, majestuoso como los cedros.
Su hablar es lo más suave que hay y toda su persona es un encanto. Hijas de Jerusalén, así es mi amado, así es mi amigo.