Me dije: "Vamos, encontremos la alegría, y que yo pruebe la felicidad!". Pero eso también no es más que un viento.
Acabé diciendo: "¿La risa? Una estupidez. ¿La alegría? ¿Para qué?"
Pues en mi búsqueda de la sabiduría me había entregado a los placeres del vino. Quería vivir la experiencia de la locura, para saber al fin lo que conviene a los hombres que hagan bajo el cielo, durante los contados días de su vida.
Emprendí grandes obras. Me edifiqué casas, me planté viñas,
me arreglé jardines y huertos: planté allí todos los árboles frutales.
Me hice cavar cisternas para regar mis plantaciones.
Compré esclavos, hombres y mujeres, y otros me nacieron en mi casa. Tuve rebaños de ganado mayor y de ganado menor, mucho más que cualquiera antes de mí en Jerusalén.
Amontoné el oro y la plata, todas las riquezas que me venían de los reyes y de las provincias. Tuve cantantes y coristas, y lo que más deleita al hombre: mujeres, muchas mujeres.
Llegué a ser grande, superé a todos los que me habían precedido en Jerusalén, y mi sabiduría no me abandonaba.
Todo lo que mis ojos deseaban, me lo concedí; no hubo placer del cual me haya privado, pues encontraba mi alegría en todo lo que hacía. Así al menos recogía el fruto de mi trabajo.
Luego reflexioné en todas las obras que había emprendido y en todas las molestias que me había costado su realización. Pues bien, no se retiene nada, se corre tras el viento; ¡no hay nada que ganar bajo el sol!
Pues me planteé la pregunta de la sabiduría, de la estupidez y de la locura: ¿Cómo será el que me sucederá en el trono? (Se sabe lo que éste hizo).
Vi que la sabiduría aventaja a la locura, tanto como la luz a la oscuridad:
"El sabio tiene los ojos abiertos, mientras que el tonto camina en la oscuridad". Pero también sé: "Para todos no hay más que una misma suerte".
Me dije: "Si la suerte del insensato es también la mía, ¿qué he ganado con mi sabiduría? Y también en esto he visto que uno se afana por nada.
Pues a la larga no se acuerdan más del sabio que del tonto, y si todo recuerdo ha de perderse en el futuro, ¿cómo hablar de sabiduría y de locura?
Y encontré la vida detestable: para mí todo lo que se hace bajo el sol es un mal negocio; todo se nos escapa, se corre tras el viento.
Me puse a detestar todas las molestias que me había dado bajo el sol, puesto que debo dejarlo todo al que vendrá después de mí.
¿Quién sabe si será sabio o insensato? Pero él sera quien recogerá el fruto de mis trabajos bajo el sol, en los que empeñé a la vez mi sabiduría y mis preocupaciones: ¡así es como todo se nos escapa!
Comencé pues a arrepentirme de todo aquello por lo que me había afanado bajo el sol:
después de haber trabajado con inteligencia, sabiduría y habilidad, uno tiene que dejárselo todo a otro que nada ha hecho.
¡Muy pésimo negocio es ese: todo se nos escapa! ¿Cómo gozará el hombre de todo aquello por lo cual ha trabajado bajo el sol, en medio de tantas fatigas y preocupaciones?
Pues todos sus días han sido penosos, a tal punto que perdía el sueño y aún de noche su corazón no descansaba. Eso es algo que no tiene sentido.
Lo único que el hombre puede esperar es comer, beber y pasarlo bien. Pero he visto que también en eso está la mano de Dios.
Pues ¿quién puede comer o beber si no es gracias a él? Dios da a quien quiere la sabiduría, la ciencia y la alegría; el pecador tendrá la carga de amontonar y de enriquecerse para que todo pase a manos del que agrada a Dios. También allí habrá decepción: se habrá corrido tras el viento.