El rey se enfureció e hizo poner al fuego ollas y sartenes.
Cuando estuvieron ardientes, ordenó que cortaran la lengua al que habÃa hablado en nombre de todos, le arrancaran la piel de la cabeza y le cortaran pies y manos a la vista de sus hermanos y de su madre.
En el momento de entregar el último suspiro dijo: «Asesino, nos quitas la presente vida, pero el Rey del mundo nos resucitará. Nos dará una vida eterna a nosotros que morimos por sus leyes.»
A punto de expirar, se expresó asÃ: «Más vale morir a manos de los hombres y aguardar las promesas de Dios que nos resucitará; tú, en cambio, no tendrás parte en la resurrección para la vida.»
Por encima de todo se debe admirar y recordar a la madre de ellos, que vio morir a sus siete hijos en el espacio de un dÃa. Lo soportó, sin embargo, e incluso con alegrÃa, por la esperanza que ponÃa en el Señor. Llena de nobles sentimientos,
animaba a cada uno de ellos en el idioma de sus padres. Estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decÃa:
«No me explico cómo nacieron de mÃ; no fui yo la que les dio el aliento y la vida; no fui yo la que les ordenó los elementos de su cuerpo.
Por eso, el Creador del mundo, que formó al hombre en el comienzo y dispuso las propiedades de cada naturaleza, les devolverá en su misericordia el aliento y la vida, ya que ustedes los desprecian ahora por amor a sus leyes.»
Y tú, que has inventado tantos suplicios en contra de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios.
Sepas que nosotros padecemos por nuestros pecados;
es verdad que nuestro Señor, que vive, está por breve tiempo enojado para castigarnos y corregirnos, pero de nuevo se reconciliará con sus siervos.
Y tú, el más criminal e impÃo de los hombres, no te pongas orgulloso, ni te dejes arrastrar por tus vanas esperanzas. No levantes tu mano contra los hijos del Cielo,
porque todavÃa no has escapado del juicio de Dios, que todo lo puede y todo lo ve.
Ahora mis hermanos han terminado de sufrir un breve tormento por una vida que no se agotará; están ahora en la amistad de Dios. Tú, en cambio, sufrirás las penas merecidas por tu soberbia.