Have not I commanded thee? Be strong and of a good courage; be not afraid, neither be thou dismayed: for the LORD thy God is with thee whithersoever thou goest.
Mientras la Ciudad Santa gozaba de una paz completa y las leyes eran observadas lo mejor posible, gracias a la piedad del sumo sacerdote OnÃas y su repudio a toda maldad,
hasta los reyes honraban el Lugar Santo y lo enriquecÃan con magnÃficos regalos;
asÃ, por ejemplo, Seleuco, rey de Asia, pagaba de su dinero los gastos de los sacrificios.
En fin, OnÃas mostró que era del todo imposible defraudar a los que habÃan puesto su confianza en la santidad del Lugar y en la majestad inviolable de aquel Templo venerado en todo el mundo.
Pero Heliodoro, siguiendo las órdenes reales, sostenÃa que todos aquellos tesoros debÃan pasar a manos del rey.
En el dÃa señalado para proceder a hacer el inventario, reinaba en toda la ciudad una gran conmoción.
Los sacerdotes estaban ante el altar con sus vestiduras sagradas y suplicaban al Cielo: el que habÃa dado la ley sobre los bienes en depósito, debÃa conservarlos para quienes los habÃan depositado.
No se podÃa mirar el rostro del Sumo Sacerdote sin quedar impresionado, pues su aspecto y su palidez demostraban la angustia de su alma.
Le invadÃa una especie de temor que le hacÃa temblar de pies a cabeza, mostrando a quienes lo observaban el dolor de su corazón.
De las casas salÃa la gente en tropel con gran confusión para suplicar todos juntos por el Lugar Santo, que iba a ser profanado.
Las mujeres, ceñidas de saco desde los pechos, llenaban la calle. Las más jóvenes, que no debÃan todavÃa salir a la calle, unas corrÃan hacia las puertas, otras subÃan a los muros y otras se asomaban por las ventanas.
Todas, levantando las manos al cielo, tomaban parte en la súplica.
Uno se sentÃa conmovido al ver aquella muchedumbre postrada desordenadamente en tierra y al Sumo Sacerdote muy angustiado.
Mientras ellos suplicaban al Señor Todopoderoso para que guardara intactos y seguros los depósitos del Templo para aquellos que los habÃan entregado,
Heliodoro comenzó a ejecutar lo que habÃa decidido. Estaba ya con su guardia junto al Tesoro,
cuando el Señor de los EspÃritus y de todo poder hizo que se produjera una gran manifestación, y todos los que con Heliodoro se habÃan atrevido a acercarse, pasmados ante el poder de Dios, quedaron sin fuerza ni coraje.
A consecuencia de la intervención divina se quedó mudo y no tenÃa esperanza de salvar su vida.
Los judÃos, mientras tanto, bendecÃan al Señor, que habÃa llenado de gloria su Lugar Santo. El Templo, poco antes inundado de temor y miedo, se llenó de gozo y alegrÃa por la extraordinaria manifestación de Dios.
Luego, algunos de los familiares de Heliodoro pidieron a OnÃas que invocara al AltÃsimo para que El concediera la gracia de vivir al que estaba como muerto.
El Sumo Sacerdote, por su parte, temÃa que el rey sospechara alguna maquinación de los judÃos contra Heliodoro, y ofreció un sacrificio por su salud.
Heliodoro le respondió: «Si tienes algún enemigo a quien quieras eliminar, envÃalo allá y lo verás regresar maltrecho, si es que puede regresar, pues seguramente hay un poder divino en ese lugar.