que se habÃa hecho dueño del reino y habÃa dado muerte a AntÃoco y a su tutor Lisias.
Un tal Alcimo, que antes habÃa sido sumo sacerdote, pero que se habÃa desprestigiado en tiempo de la rebelión, comprendió que de ninguna forma volverÃa a ser aceptado para el servicio del altar sagrado.
Fue, pues, al encuentro del rey Demetrio, hacia el año ciento cincuenta y uno, y le ofreció una corona de oro, una palma y además unos ramos de olivo del Templo.
respondió: «Entre los judÃos existe un partido, llamado asideo, encabezado por Judas Macabeo, que fomenta guerras y rebeliones e impide que se restablezca el orden en el paÃs;
por eso yo fui despojado de la dignidad de mis antepasados, el sumo sacerdocio, y vine aquÃ,
Designó inmediatamente a Nicanor, que dirigÃa el escuadrón de elefantes, lo nombró general para Judea
y lo envió con la orden de matar a Judas, dispersar a todos sus hombres y restablecer a Alcimo como sacerdote del Templo sublime.
Los paganos que habÃan huido de Judea por temor a Judas, acudieron muy numerosos a Nicanor, pensando que las desgracias y la derrota de los judÃos serÃan victoria para ellos.
Cuando los hombres de Judas se enteraron de la venida de Nicanor y de la invasión de los paganos, se cubrieron de polvo, invocando a Aquel que habÃa establecido a su pueblo para siempre y que, en cada oportunidad, protegÃa a los suyos con milagros manifiestos.
Luego se pusieron en marcha bajo las órdenes de su jefe y la lucha se entabló cerca de Desau.
Con todo, Nicanor, al tener noticia de la valentÃa de los hombres de Judas y del valor con que combatÃan por su patria, temió resolver la situación por la sangre.
Por este motivo, envió a Posidonio, Teodoto y MatatÃas para concertar la paz.
Judas se casó, y vivÃa tranquilamente disfrutando de la vida.
Alcimo, viendo el buen entendimiento entre los dos, se hizo una copia del acuerdo pactado y fue donde Demetrio, acusando a Nicanor de actuar en contra de los intereses del Estado, ya que habÃa nombrado ayudante suyo a Judas, el enemigo del reino.
El rey, excitado e influenciado por las calumnias de aquel malvado, se enfureció y escribió a Nicanor para comunicarle su disgusto por el pacto y ordenarle que de inmediato le mandara encadenado a Macabeo a AntioquÃa.
Cuando supo esto, Nicanor quedó consternado, pues le costaba romper lo pactado, sin que Judas hubiera faltado en algo.
Pero no podÃa oponerse a las órdenes del rey; por eso, buscaba la ocasión para cumplirlas por medio de algún engaño.
El Macabeo se dio cuenta que Nicanor le daba un trato más reservado y se ponÃa más duro en las entrevistas acostumbradas, y comprendió que aquella conducta no anunciaba nada bueno. Empezó a reunir a algunos de los suyos y no se dejó ver ya por Nicanor.
Este debió de darse cuenta que Judas se le habÃa escapado sin deslealtad. Sin embargo, se presentó al Templo Santo en el momento en que los sacerdotes ofrecÃan los sacrificios rituales y les exigió que le entregaran a Judas.
En el anterior perÃodo de confusión habÃa sido acusado de judaÃsmo y se habÃa entregado totalmente y con mucho entusiasmo a la defensa del judaÃsmo.
Pues bien, Nicanor, queriendo mostrar su odio contra los judÃos, mandó más de quinientos soldados a tomarlo preso.
CreÃa que con aprisionarlo daba un grave golpe a los judÃos.
Cuando ya los soldados estaban a punto de ocupar la torre y forzar la puerta de entrada (ya mandaban a buscar fuego para incendiarla), Razis, rodeado por todas partes, se hirió en el vientre con su espada.
Prefirió morir valerosamente antes que caer en manos extrañas y sufrir ultrajes indignos de su noble origen.
Pero a causa de su precipitación, no habÃa acertado el golpe y al ver que las tropas ya entraban por las puertas, reunió sus fuerzas para subir a lo alto del muro y se arrojó varonilmente encima de los soldados.
Ellos se retiraron y fue a caer en el espacio vacÃo.
No habÃa muerto todavÃa, y encendido en valor, se levantó a pesar de la sangre que perdÃa por todas partes, y de sus otras heridas, y atravesó corriendo la tropa. Se detuvo sobre una roca abrupta
y allÃ, casi sin sangre, se agarró los intestinos con ambas manos y los arrojó sobre la muchedumbre y asÃ, invocando el nombre del Señor de la vida y del espÃritu, para que se la devolviera un dÃa, dejó la vida.