Que escuche sus súplicas y se reconcilie con ustedes y no los abandone en tiempo de desgracia.
Esto es lo que estamos ahora pidiendo por ustedes.
El año ciento sesenta y nueve, siendo rey Demetrio, nosotros los judÃos les escribimos en el peor momento de las pruebas que estábamos soportando en esos años. Y les decÃamos: «Jasón y sus partidarios han traicionado la causa de la Tierra Santa y del Reino,
quemaron las puertas del Templo y derramaron sangre inocente. Pero suplicamos al Señor y hemos sido escuchados.
Hemos ofrecido un sacrificio con flor de harina, hemos encendido las lámparas y presentado los panes. Por eso ahora les escribimos para que celebren la fiesta de las Tiendas en el mes de Casleu, de este año ciento ochenta y ocho.»
Abrieron la puerta secreta en el techo y, a pedradas, aplastaron al jefe. Descuartizaron los cadáveres y, cortándoles las cabezas, las arrojaron a los que estaban fuera.
En todo esto sea bendito nuestro Dios, que ha entregado los impÃos a la muerte.
Estando a punto de celebrar el dÃa
Pues, cuando nuestros padres fueron llevados a Persia, los sacerdotes piadosos de entonces tomaron brasas del altar y las escondieron secretamente en el fondo de un pozo seco, con tanta cautela que el lugar quedó ignorado de todos.
Pasados muchos años, cuando a Dios le pareció bien, NehemÃas, despedido por el rey de Persia, mandó que los descendientes de los sacerdotes que habÃan escondido el fuego, lo fueran a buscar. Pero, como ellos informaron que no habÃan encontrado fuego, sino un lÃquido espeso,
Cumplida la orden y pasado algún tiempo, el sol, que antes estaba nublado, volvió a brillar y se encendió una llama tan grande que todos quedaron maravillados.
Mientras se consumÃa el sacrificio, los sacerdotes rezaban y, con ellos, todos los asistentes; Jonatán comenzaba y los demás, con NehemÃas, respondÃan.
La oración era la siguiente: «Señor, Señor Dios, creador de todo, temible y fuerte, justo y misericordioso, tú, rey único y bueno,
acepta este sacrificio por todo tu pueblo Israel. Guarda tu heredad y santifÃcala.
Reúne a los nuestros dispersos, da libertad a los que están esclavizados entre las naciones, vuelve tus ojos a los despreciados y humillados, para que conozcan los paganos que tú eres nuestro Dios.
Reprime a los que nos oprimen, nos insultan y nos tratan con desprecio.
Los sacerdotes cantaban los himnos. Cuando se consumieron las vÃctimas del sacrificio,
NehemÃas mandó derramar el lÃquido sobrante sobre unas grandes piedras.
Hecho esto, se encendió una llamarada, pero fue vencida por el resplandor de la llamarada del altar, y se apagó.
El hecho se divulgó y se dijo al rey de los persas que en el lugar donde los sacerdotes deportados habÃan escondido el fuego, habÃa aparecido aquel lÃquido con el que los compañeros de NehemÃas habÃan quemado el sacrificio.