HabÃa en ella un templo extraordinariamente rico, en el cual se guardaban armaduras de oro, corazas y armas, que allà habÃa dejado el rey macedonio Alejandro, hijo de Filipo, el primer soberano de los griegos.
Fue allá e intentó apoderarse de la ciudad, pero no lo consiguió, porque los habitantes conocieron su intención
Reconozco ahora que por esto me han venido estas desgracias y me muero de pena en tierra extraña.»
Llamó a Filipo, uno de sus amigos, y lo nombró administrador de todo su reino,
entregándole la corona, el manto y el anillo, con el encargo de educar a su hijo AntÃoco y prepararlo para el gobierno.
AntÃoco murió allà el año ciento cuarenta y nueve.
Conocida la muerte del rey, Lisias proclamó rey en su lugar a su hijo AntÃoco, a quien habÃa educado desde niño, y le dio por sobrenombre Eupátor.
Los hombres de la fortaleza tenÃan bloqueados a los israelitas en torno al Templo y trataban siempre de hacerles daño; además constituÃan una fuerza favorable a los paganos.
Judas resolvió quitarlos de en medio, y para ello reunió a todo el pueblo para sitiarlos.
Se reunieron las tropas; pusieron cerco el año ciento cincuenta y construyeron terraplenes y máquinas.
Pero algunos de los sitiados lograron romper el bloqueo y, junto con renegados israelitas,
fueron donde el rey para decirle: «¿Hasta cuándo esperarás para hacernos justicia y vengar a nuestros hermanos?
Nosotros tomamos el partido de tu padre, obedecimos sus órdenes y observamos sus leyes.
Por esto los de nuestro pueblo han sitiado la fortaleza y nos tratan como a extraños. Han matado a todos los nuestros que han sorprendido y echaron mano de nuestros bienes.
Hizo las paces con los de Betsur, que salieron de la ciudad, porque no tenÃan alimentos para prolongar más la resistencia, pues aquel año era año de reposo para la tierra.
El rey se apoderó de Betsur y puso en ella una guarnición para custodiarla.
Durante muchos dÃas acampó ante el Templo y puso allà ballestas, máquinas, lanzafuegos, catapultas, escorpiones para lanzar flechas y honderos.
Demos, pues, la mano a estos hombres, y hagamos las paces con ellos y con su nación.
Concedámosles que vivan según sus costumbres como antes, ya que todo esto vino porque les suprimimos sus leyes y ellos se han levantado en defensa de ellas.»
Estas palabras agradaron al rey y a los generales, y el rey envió gente para tratar la paz con los judÃos, quienes la aceptaron.
Cuando el rey y los generales se hubieron comprometido con juramento, los judÃos salieron de la fortaleza.
El rey subió al monte Sión y, cuando vio las defensas, quebrantó su juramento y mandó destruir el muro que lo cercaba.