y dijo: «¡Pobre de mÃ! ¿Acaso he nacido para ver la ruina de mi pueblo y la destrucción de la ciudad santa? ¿Voy a quedarme sentado cuando está en manos de enemigos, y su santuario en poder de extraños?
Su templo ha quedado como hombre desprestigiado,
los objetos preciosos que hacÃan su fama fueron llevados como botÃn, sus niños fueron asesinados en las plazas, y sus jóvenes pasados por la espada de los enemigos.
MatatÃas, a grandes voces, respondió: «Aunque todas las naciones que forman el reino abandonen la religión de sus padres y se sometan a las órdenes del rey AntÃoco,
yo, mis hijos y mis familiares, seguiremos fieles a la Alianza de nuestros padres.
LÃbrenos Dios de abandonar la Ley y los preceptos.
No obedeceremos las órdenes del rey para apartarnos de nuestra religión, ni a la derecha ni a la izquierda.»
Cuando terminó de decir estas palabras, un judÃo se adelantó a la vista de todos para ofrecer incienso sobre el altar que se habÃa construido en ModÃn, según el decreto del rey.
Al verlo MatatÃas su celo se encendió, se estremeció su corazón y se dejó llevar por su justa indignación. Se abalanzó sobre el otro y lo degolló sobre el altar.
Al saber esto, numerosas tropas del rey los persiguieron y les dieron alcance. Los cercaron y se prepararon para atacarlos.
Era el dÃa sábado. Les hablaron asÃ: «¡Basta ya! Salgan y obedezcan la orden del rey, si quieren salvar sus vidas.»
Ellos respondieron: «No saldremos y no obedeceremos la orden del rey de violar el dÃa sábado.»
Los atacaron inmediatamente, y ellos no se defendieron.
Ni siquiera les tiraron piedras, ni intentaron cerrarles la entrada de su refugio.
«Moriremos -decÃan-, pero el cielo y la tierra recordarán que fuimos asesinados.» La gente del rey los atacó aquel sábado y murieron todos:
hombres, mujeres y niños. Más de mil personas en total, además del ganado.
MatatÃas y sus amigos, al saber lo ocurrido, celebraron el duelo.
Sin embargo, se dijeron: «No podemos hacer como nuestros hermanos, sino que debemos luchar contra los paganos para defender nuestra vida y nuestras costumbres. De otra manera, pronto nos habrán exterminado.»
Aquel dÃa resolvieron defenderse contra quien los atacara en dÃa sábado, y no dejar que los asesinaran, como habÃa pasado con sus hermanos en aquellos refugios.
Por entonces se unió a ellos un grupo de los Asideos (piadosos), israelitas valientes, entregados de corazón a la Ley.
MatatÃas y sus amigos hacÃan expediciones: destruÃan los altares,
imponÃan el rito de la circuncisión a los que encontraban incircuncisos
y perseguÃan a todos los desvergonzados. La empresa prosperó en sus manos.
Defendieron la Ley contra los extranjeros y sus reyes y se impusieron a los renegados.
Cuando se acercó su muerte, MatatÃas dijo a sus hijos: «Ahora mandan los insolentes y los violentos; es un tiempo de crisis en que Dios descarga su enojo.
Por eso, hijos mÃos, tengan celo por la Ley y arriesguen su vida para defender la Alianza de nuestros padres.