«Los jefes y el pueblo de Esparta, a Simón, Sumo Sacerdote, a los ancianos, a los sacerdotes y a todo el pueblo de los judÃos, sus hermanos, ¡salud!
Hemos registrado sus declaraciones en las actas públicas de este modo: Neumenio, hijo de AntÃoco, y AntÃpater, hijo de Jasón, embajadores de los judÃos, han venido para renovar la amistad con nosotros.
Ha sido un placer para el pueblo recibirlos con honor y depositar en los archivos públicos una copia de sus discursos, para recuerdo del pueblo espartano.» Y sacaron una copia de todo esto para el Sumo Sacerdote Simón.
Esta es la copia de la inscripción: «El dieciocho del mes de Elul del año ciento setenta y dos, tercero de Simón, Sumo Sacerdote,
en la gran asamblea de los sacerdotes de Israel, de los jefes de la nación y de los ancianos del pueblo, se comunicó lo siguiente:
En las frecuentes guerras libradas en nuestro paÃs, Simón, hijo de MatatÃas, sacerdote de la familia de Joarib, y sus hermanos, han arriesgado sus vidas y se han levantado contra los enemigos de su nación para mantener el Templo y la Ley, conquistando gloria eterna para su nación.
Jonatán la unificó, llegó a ser sumo sacerdote y fue luego a reunirse con sus antepasados.
Los enemigos de los judÃos quisieron entonces invadir su paÃs para destruir su Lugar Santo.
Entonces se levantó Simón para luchar por su nación. Hizo muchos gastos de sus propios bienes para procurar armas y dar un sueldo a los combatientes de su nación.
Fortificó las ciudades de Judea, asà como Betsur, en los lÃmites de Judea, donde se encontraban las fuerzas enemigas, y puso en ellas una guarnición judÃa.
El pueblo comprobó la fidelidad de Simón y que solamente pretendÃa engrandecer a su nación. Lo nombró su jefe y Sumo Sacerdote precisamente por los servicios prestados, por la justicia y fidelidad que demostró a su nación y por haber buscado por todos los medios la promoción de su pueblo.
Desearon que fuera obedecido de todos, que todos los documentos de la nación llevaran su nombre y que vistiera púrpura y llevara ornamentos de oro.
No estarÃa permitido a ninguno del pueblo o de los sacerdotes actuar en contra de estas disposiciones ni contradecir sus órdenes, o hacer reunión pública sin su consentimiento, ni vestir púrpura o llevar el prendedor de oro.
Todo el que se opusiere a estas decisiones o violare alguna de ellas, se harÃa merecedor de castigo.
El pueblo entero estuvo de acuerdo en conceder a Simón el derecho a obrar conforme a estas disposiciones,
y Simón aceptó y le pareció bien ejercer el sumo sacerdocio y ser general y jefe de los judÃos y de los sacerdotes y estar al frente de todo.
Decidieron que este decreto fuera grabado en tablas de bronce que se pondrÃan a la vista en algún lugar del recinto sagrado,
y que se depositaran copias en el Tesoro del Templo para que estuvieran a disposición de Simón y de sus hijos.