Por Israel han muerto todos mis hermanos y he quedado yo solo. LÃbreme Dios de buscar mi propia seguridad cuando las cosas andan mal, pues mi vida no tiene más valor que la de mis hermanos.
Ahora que todas las naciones, impulsadas por el odio, se han unido para exterminarnos,
para decirle: «Hemos detenido a tu hermano Jonatán a causa del dinero que debe al tesoro real por el cargo que desempeñaba.
EnvÃa, pues, cien talentos de plata y dos de sus hijos, para que no se escape cuando lo soltemos y se vuelva contra nosotros, y lo dejaremos ir.»
Simón comprendió que Trifón trataba de engañarlo, pero con todo mandó que se le entregaran el dinero y los niños, por no atraer sobre sà el odio del pueblo de Israel, el cual habrÃa dicho:
«Mataron a Jonatán porque Simón se negó a enviarles el dinero y a los niños.»
Envió pues, los hijos y los cien talentos, pero Trifón faltó a su palabra y no puso en libertad a Jonatán.
Simón construyó sobre el sepulcro de sus padres y de sus hermanos un monumento alto y visible desde muy lejos, adornado de mármoles en la fachada y en la parte posterior.
Colocó siete pirámides una frente a la otra, por el padre, la madre y los cuatro hermanos,
las rodeó de grandes columnas y sobre las columnas hizo esculpir armas para que siempre se acordaran de ellos, y al lado de estas armas, naves esculpidas para que las vieran todos los marineros.
Este es el sepulcro que construyó en ModÃn y que existe hasta hoy.
Trifón, que procedÃa de mala fe con el joven rey AntÃoco, acabó por matarlo. Se proclamó rey en su lugar,
se ciñó la corona de Asia y causó muchos estragos en el paÃs.
Simón, por su parte, reconstruyó las fortalezas de Judea, las rodeó de altas torres y grandes murallas con puertas y cerrojos y almacenó alimentos en ellas.
Simón escogió hombres que envió al rey Demetrio, intentando conseguir que la región fuera exenta de impuestos, dado que toda la actividad de Trifón habÃa sido un continuo robo.
«El rey Demetrio saluda a Simón, Sumo Sacerdote, y Amigo del Rey, a los ancianos y a la nación de los judÃos.
Hemos recibido la corona de oro y la palma que me han enviado y estamos dispuestos a firmar con ustedes una paz duradera y a escribir a los funcionarios que les concedan el perdón de las deudas.
Todas nuestras concesiones a su favor son definitivas y las fortalezas que has edificado son tuyas.
Entonces los que estaban en la torre móvil entraron en la ciudad, causando gran consternación.
Los habitantes con sus mujeres e hijos subieron a las murallas, se rasgaron las vestiduras y a gritos clamaban a Simón, pidiendo la paz.
Le decÃan: «No obres con nosotros según merecen nuestras maldades, sino según tu misericordia.»
Simón se reconcilió con ellos y no los trató con el rigor de la guerra; pero los echó de la ciudad y purificó los edificios en que habÃa habido Ãdolos, y luego entró en ella cantando himnos y acciones de gracias al Señor.