Todo empezó con las victorias del macedonio Alejandro primero, hijo de Filipo, el cual, saliendo de Grecia, derrotó a DarÃo, rey de los persas y de los medos, y reinó en su lugar. Este fue el primer soberano del mundo griego.
llegó hasta los confines de la tierra, recogiendo los despojos de muchos pueblos. Y cuando el mundo se quedó callado y sometido a su poder, se puso muy orgulloso.
Fue entonces cuando aparecieron en Israel unos rebeldes que lograron convencer a mucha gente. Les decÃan: «Pactemos con los pueblos que nos rodean, pues, desde que nos separamos de ellos, hemos tenido que soportar muchos percances.»
Tal idea tuvo buena acogida y algunos acudieron decididamente al rey.
Este los autorizó para que adoptaran las costumbres de los pueblos paganos.
Con ese permiso, construyeron en Israel un gimnasio al estilo pagano,
se hicieron prepucios y renegaron de la Alianza Santa, para unirse a los paganos y pecar libremente.
Entró con insolencia en el santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro de la luz con todos los accesorios,
la mesa de los panes ofrecidos, los vasos, las copas, los incensarios de oro, la cortina y las coronas, y arrancó todo el decorado, las molduras de oro que cubrÃan la entrada del Templo.
Su Santuario quedó vacÃo como el desierto, y sus fiestas se convirtieron en dÃas de luto, sus sábados fueron burlados, y su fama se cambió en desprecio.
Tan grande como su gloria fue su ignominia, y su grandeza se cambió en duelo.
AntÃoco hizo publicar en todo su reino un decreto.
Todos los pueblos de su Imperio debÃan abandonar sus costumbres particulares, para formar un único pueblo.
Todas las naciones paganas acataron el decreto del rey y, en Israel mismo, muchos aceptaron este culto. Sacrificaron a los Ãdolos y ya no respetaron el Sábado.