se acordaban que Dios era su Roca y el Dios altÃsimo, su redentor.
Pero todo se quedaba en palabras, y con su lengua sólo le mentÃan;
pues su corazón no se dio a fondo, ni tampoco tenÃan fe en su alianza.
El, empero, siempre bueno y compasivo, perdonaba su culpa en vez de destruirlos, ¡cuántas veces no refrenó su cólera en vez de desatar toda su ira!
"Son seres de carne, se decÃa, soplo que se va y no volverá".
¡Cuántas veces lo desafiaron en el desierto y lo enervaron en esa soledad!
Nuevamente tentaron a su Dios y enojaron al Santo de Israel.
No se acordaron más de su poder, del dÃa en que los libró del adversario,
cuando hizo milagros en Egipto, prodigios en los campos de Tanis,
convirtió en sangre sus rÃos, para que no bebieran de sus arroyos.
Luego vinieron mosquitos que se los comÃan y ranas que les hicieron gran perjuicio.
Entregó sus cosechas al pulgón y el fruto de su trabajo a las langostas.
Echó a perder sus viñas con granizo y sus sicomoros con la helada.
Dejó sus rebaños a merced del granizo y el rayo tumbó sus ganados.
Lanzó sobre ellos el ardor de su cólera, ira, furor, angustia: ¡un buen envÃo de ángeles de desdichas!
Le dio rienda suelta a su cólera, no preservó sus vidas de la muerte y entregó sus personas a la peste.