Para implantarlos, expulsaste a naciones y para extenderlos, maltraste a pueblos.
No conquistó al paÃs su propia espada, ni su brazo los hizo vencedores, sino que fueron tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque los amabas.
Tú, mi rey y mi Dios es quien decide las victorias de Jacob.
Por ti hundimos a nuestros adversarios y en tu nombre pisamos a nuestros agresores.
No es mi arco en quien yo confÃo, ni es mi espada quien me da la victoria;
mas por ti vencemos a nuestros adversarios, tú dejas en vergüenza a los que nos odian.
A Dios cada dÃa celebramos y sin cesar alabamos tu nombre.
Ahora, en cambio, nos rechazas y humillas y no sales al frente de nuestras tropas.
Nos haces ceder ante el adversario y los que nos odian saquean a gusto.
Nos entregas como ovejas a la matanza, y nos dispersas en medio de las naciones.
Vendes a tu pueblo por un precio irrisorio y no ganas nada con tu negocio.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, todos en derredor se burlan y se rÃen.
Servimos de escarmiento a las naciones, y los pueblos menean la cabeza.
Tengo siempre delante mi deshonra y enrojece mi rostro la vergüenza
al oÃr los insultos y blasfemias, al ver el odio y la venganza.