«¡Ese es nuestro enemigo, nuestro perseguidor! ¡Ese miserable!...» Al oÃr estas palabras, Amán quedó helado de terror.
El rey, por su parte, se levantó furioso de la mesa y salió al jardÃn del palacio. Amán, entretanto, se quedó al lado de Ester para pedirle que le perdonara la vida, pues se daba cuenta que el rey ya habÃa decidido su muerte.
Cuando regresó el rey del jardÃn, vio que Amán estaba inclinado sobre el sofá donde descansaba Ester. «¡¿Y todavÃa te atreves a violentar a la reina en mi propio palacio?!», gritó. Y a una orden suya le echaron a Amán un paño sobre la cabeza.