Nosotros, sus siervos, venceremos a los israelitas de una vez, y no resistirán el empuje de nuestra caballerÃa.
Los quemaremos sin distinción. Su sangre chorreará por sus montañas y sus llanuras se convertirán en cementerios. No se mantendrán en pie ante nosotros, pues serán totalmente destruidos, dice el rey Nabucodonosor, señor de toda la tierra. El lo dijo y todas sus palabras se cumplirán.
En cuanto a ti, Ajior, mercenario de Ammón, que pronunciaste estas palabras para tu desgracia, desde ahora no verás mi rostro hasta el dÃa en que me vengue de esta raza venida de Egipto.
Entonces, la espada de mis soldados y la lanza de la multitud de mis servidores traspasará tu cuerpo; cuando yo vuelva del combate tú estarás reunido con los muertos de Israel.
Ahora mis servidores te van a llevar a la montaña y te dejarán en una de las ciudades de la subida,
para que compartas la suerte de ellos.
No pongas esa cara, si crees que son invencibles y que no se cumplirán mis palabras.»
Holofernes mandó a los hombres de su tienda que tomaran a Ajior, lo llevaran a Betulia y lo entregaran a los israelitas.
Sus servidores lo tomaron y lo sacaron fuera del campamento, a la llanura; de allà pasaron a la montaña y llegaron a las fuentes que están al pie de Betulia.
Cuando los hombres de la ciudad los divisaron, tomaron sus armas y salieron hacia la cumbre del monte, mientras que los honderos impedÃan su subida, disparándoles piedras.
Los asirios llegaron a la base del cerro, ataron a Ajior, dejándolo tendido al pie del cerro, y volvieron donde su señor.
Ajior les dio a conocer lo de la asamblea de Holofernes, lo que dijo delante de todos los jefes de los asirios, y las amenazas de Holofernes contra Israel.
Entonces el pueblo se arrodilló y adoró a Dios, clamando:
«Señor, Dios del cielo, mira su soberbia y ten piedad de tu humilde pueblo; vuelve hoy tu rostro a los que te están consagrados.»