Todos éstos enviaron a Holofernes mensajeros para decirle en son de paz:
«Nosotros nos consideramos siervos del gran rey Nabucodonosor y nos entregamos a ti. Trátanos como quieras.
Nuestras granjas, nuestro territorio, nuestros campos de trigo, nuestras ovejas, bueyes y sus apriscos, están a tu disposición. Haz con ello lo que quieras.
También son tuyas nuestras ciudades, y sus habitantes son tus siervos. Dirígete a ellos como quieras.»
Aquellos hombres se presentaron ante Holofernes y le transmitieron estas palabras.
Holofernes, entonces, bajó con su ejército al litoral, dejando guarniciones en las ciudades fortificadas, de donde tomó los mejores hombres en calidad de tropas auxiliares.
Los habitantes de las ciudades y de los pueblos de los alrededores lo recibieron con coronas y danzando al compás del tamboril.
Pero él destruyó sus templos, cortó los árboles de sus bosques sagrados y destruyó todas las divinidades para que los hombres de todas las lenguas y todas las tribus adoraran solamente a Nabucodonosor y lo proclamaran dios.
Después llegó frente a Esdrelón, cerca de Dotán, que está ubicado frente a la sierra montañosa de Judea.
Acampó entre Gueba y Escitópolis, y allí permaneció un mes para reorganizar el aprovisionamiento de su ejército.