QuerÃan incendiar mis tierras, acabar con mis jóvenes y lactantes, y raptar a las vÃrgenes.
El Señor todopoderoso los rechazó por mano de una mujer.
Su jefe no fue derribado por jóvenes guerreros, ni herido por hijos de titanes, ni atacado por gigantes. ¡Fue Judit, hija de MerarÃ, que con la hermosura de su rostro lo desarmó!
Se sacó sus vestidos de viuda para reanimar a los afligidos de Israel; adornó su rostro,
puso una cinta en sus cabellos y se vistió de lino para seducirlo,
sus sandalias atrajeron su mirada y su belleza encadenó su alma. ¡El sable atravesó su cuello!
Los persas se estremecieron de su audacia, los medos se sorprendieron de su temeridad.
Que te sirvan todas las criaturas, pues tú hablaste y fueron hechas, enviaste tu espÃritu y las hizo, nadie puede resistir tu voz.
Los montes y las aguas se conmoverán, las rocas se derretirán como cera; pero tú siempre te mostrarás bueno con aquellos que te temen.
Todo sacrificio es de poco valor para ti. ¡Ni se nombre la grasa de los holocaustos! Pero el que teme al Señor será grande para siempre.
¡Ay de las naciones que atacan mi raza! El Omnipotente las castigará el dÃa del juicio; pondrá fuego y gusanos en su carne, y llorarán de dolor eternamente.
Judit ofreció para el Templo todo el mobiliario de Holofernes, que el pueblo le habÃa entregado, asà como las cortinas de su dormitorio que ella misma se habÃa llevado.
Pasados aquellos dÃas, cada uno volvió a su casa. Judit regresó a Betulia y se dedicó a su hacienda. Fue famosa en todo el paÃs hasta el dÃa de su muerte.