Judit se levantó del suelo, llamó a su sierva y bajó a la habitación donde pasaba los sábados y días de fiesta.
Se quitó el saco que vestía y, después de bañada, cambió sus vestidos de viuda por los de fiesta, que usaba cuando vivía su esposo Manasés; se echó perfumes, se peinó y se adornó la cabeza con una cinta;
se calzó las sandalias, se puso collares, brazaletes, anillos, aros y todas sus joyas. Se arregló lo mejor que pudo con el fin de atraer las miradas de todos los que la vieran.
Llenó una bolsa con harina de cebada, tortas de higos y panes puros, lo envolvió todo y se lo entregó a su sierva, junto con un cuero lleno de vino y un cántaro de aceite.
Luego se dirigieron a la puerta de Betulia y allí se encontraron con Ozías y con Jabrí y Jarmí, dirigentes de la ciudad,
quienes al ver a Judit transformada quedaron maravillados de su belleza y le dijeron:
«¡Que el Dios de nuestros padres te conceda gracia y dé éxito a tus planes para gloria de Israel y de Jerusalén!»
Judit adoró a Dios y les dijo: «Manden abrir la puerta de la ciudad para que yo salga a realizar lo que me acaban de decir.» Ellos mandaron a los jóvenes que abrieran la puerta, como ella lo había pedido.
Cumplida la orden, Judit salió con su sierva. Los hombres de la ciudad la siguieron con la mirada mientras bajaba por la montaña hasta que llegó al valle, y allí la perdieron de vista.
Ambas caminaban rápidamente por el valle, cuando les salieron al encuentro centinelas asirios,
quienes detuvieron a Judit y le preguntaron: «¿Quién eres? ¿De dónde vienes y a dónde vas?» Ella respondió: «Soy hija de hebreos y huyo de ellos porque están a punto de ser devorados por ustedes.
Voy a presentarme a Holofernes, jefe del ejército de ustedes, para hablarle con sinceridad y mostrarle el camino para apoderarse de toda la montaña sin que ninguno de sus hombres sufra daño o pierda su vida.»
Aquellos hombres, al oírla hablar y ver su extraordinaria belleza, le dijeron:
«Has salvado tu vida con tu decisión de presentarte a nuestro señor. Anda a su tienda; algunos de los nuestros te acompañarán hasta que llegues a él.
Cuando estés en su presencia, no tengas miedo, cuéntale tus propósitos y te tratará bien.»
Y eligieron entre ellos a cien hombres que la acompañaron y guiaron hasta la carpa de Holofernes.
La noticia de su llegada se corrió de tienda en tienda. La gente de todo el campamento acudía en torno a ella, mientras esperaba fuera de la tienda de Holofernes que le anunciaran su llegada.
Quedaban prendidos de su belleza y, al verla, admiraban a los hijos de Israel y decían: «¿Quién puede despreciar a un pueblo que tiene mujeres tan bellas? Sería un error dejar con vida a un solo hombre, porque los que queden podrían engañar a todo el mundo.»
Los guardias personales de Holofernes y todos sus oficiales salieron para introducirla en la tienda.
Holofernes descansaba en su cama bajo colgaduras de oro y púrpura, adornada de esmeraldas y piedras preciosas.
Le anunciaron la llegada de Judit y salió a la entrada de su tienda precedido de lámparras de plata.
Cuando apareció Judit ante Holofernes y sus ayudantes, quedaron maravillados de la belleza de su rostro. Ella se puso de rodillas, pero los ayudantes de Holofernes la levantaron.