Con tus bienes haz limosna en beneficio de todos los que practican la justicia y el bien, y no vuelvas la cara al pobre, para que el Señor no aparte su rostro de ti.
Da limosna según tus posibilidades.
Pero nunca temas dar. Asà te prepararás un tesoro para el dÃa de la necesidad,
pues la limosna nos libra de la muerte y nos guarda de andar en tinieblas.
Además, para el que da, su limosna le queda como un precioso depósito ante el AltÃsimo.
Ama a tus hermanos y no desprecies a los hijos de tu pueblo hasta el punto de que tomes por esposa a una mujer extranjera, porque la soberbia acarrea ruina, y la ociosidad, bajeza, ya que la ociosidad es la madre de la miseria.
Entrega a tiempo el salario a tus obreros, y asÃ, sirviendo a Dios, recibirás recompensa.
Da de tu pan al hambriento, y de tus ropas al desnudo. Da todo cuanto te sobre, y cuando lo hagas no te arrepientas.
Reparte tu pan en los funerales de los hombres buenos, pero no lo des a los pecadores.
Busca consejos de personas prudentes y no olvides los consejos útiles.
Bendice en todo momento al Señor Dios y pÃdele que tus caminos sean rectos y tus proyectos favorables, porque no todas las naciones tienen la verdadera sabidurÃa. Es el Señor el que da todos los bienes y, si quiere, humilla hasta lo profundo del infierno. Recuerda, hijo, todos estos mandatos y no permitas que se borren de tu corazón.