Durante el reinado de Asarjadón volví a mi casa y me devolvieron mi esposa Ana y mi hijo Tobías. En Pentecostés, que es la fiesta santa de las Semanas, me prepararon un gran banquete y me dispuse a comer.
Como había abundantes alimentos dije a Tobías: «Hijo mío, busca entre los desterrados de Nínive, entre aquellos que se acuerdan del Señor, a uno de los más pobres, y tráelo a comer con nosotros. Espero hasta que vuelvas.»
Tobías salió en busca de alguno de nuestros hermanos pobres y, cuando regresó, me dijo: «Padre, asesinaron y arrojaron a la plaza a uno de nuestro pueblo y aún está allí.»
Sin probar la comida me Tobanté y lo lTobé a una casita en espera de la puesta del sol para enterrarlo.
Luego me lavé y me puse a comer
muy triste, acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: «Sus fiestas se convertirán en duelo, y sus canciones en llanto.»
Y lloré. Cuando se puso el sol, cavé una fosa y lo enterré.
Mis vecinos se burlaban y decían: «No tiene miedo (pues ya habían querido matarme por algo semejante). Apenas pudo escapar y ya lo hace otra vez.»
Esa noche, después de lavarme, me acosté junto a la pared del patio, con el rostro descubierto, ya que hacía calor.
No sabía que arriba de la pared había gorriones, los cuales dejaron caer sus excrementos que, calientes, cayeron sobre mis ojos, causándome manchas blancas. Fui a los médicos para que me sanaran, pero mientras más remedios me ponían, menos veía, hasta que quedé ciego. Estuve cuatro años sin ver. Mis hermanos estaban afligidos; Ajikar se preocupó de mi alimentación durante dos años, hasta que se trasladó a Elimaida.
En este tiempo, Ana, mi esposa, se dedicó a trabajar en labores femeninas, hacía tejidos
y luego se los entregaba a sus dueños, cobrando un sueldo. Un día le dieron además un cabrito para la comida.
Cuando regresó a casa, el cabrito empezó a balar. La llamé y le dije: «¿De dónde salió ese cabrito? ¿No fue robado? Devuélvelo a sus dueños, pues no podemos comer cosa robada.»
Ella me respondió: «Es un regalo que agregaron a mi sueldo.» Yo no creí y me enojé con ella, ordenándole que lo devolviera a sus dueños. Entonces ella me replicó: «¿Dónde están tus limosnas? ¿Dónde tus buenas obras? Contigo hay que soportarlo todo.»