Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto y escuchaste su clamor cerca del mar Rojo.
Obraste milagros y prodigios contra el faraón, contra sus ministros y todo su pueblo, pues supiste que nos habÃan tratado duramente, y te has hecho famoso hasta el dÃa de hoy.
Tú los guiaste de dÃa con una columna de nube, y de noche con una columna de fuego, para alumbrar ante ellos el camino por donde tenÃan que seguir.
Bajaste al monte Sinaà y con ellos hablaste desde el cielo; les diste leyes justas, normas que expresan la verdad, preceptos y mandamientos excelentes.
Del cielo les mandaste el pan para su hambre; hiciste brotar para su sed agua de la roca y les mandaste ir a apoderarse de la tierra que tú juraste darles mano en alto.
Nuestros padres se pusieron orgullosos, endurecieron su cabeza y no escucharon tus mandatos.
No quisieron escucharte ni recordaron todos los prodigios que hiciste para ellos. Endurecieron su cabeza como rebeldes y quisieron volver a la esclavitud de Egipto. Pero tú, Dios del perdón, misericordioso y clemente, lento para enojarte y rico en bondad, no los abandonaste.
Ni siquiera cuando se fabricaron un becerro y dijeron: «Este es tu Dios, Israel, que te sacó de Egipto», despreciándote profundamente.
Tú, en tu inmensa bondad, no los abandonaste en el desierto; la columna de nube no se apartó de ellos durante el dÃa ni la columna de fuego durante la noche, sino que les enseñó la ruta por donde debÃan caminar.
Les diste tu EspÃritu bueno para instruirlos; les diste maná para que tuvieran de comer, y agua para calmar su sed.
Cuarenta años los cuidaste en el desierto y nada les faltó; ni sus ropas se gastaron ni se hincharon sus pies.
Les diste reinos y paÃses; les repartiste las tierras vecinas, se apoderaron del paÃs de Sijón, rey de Jesbón, y del paÃs de Og, rey de Basán.
Y multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, llevándolos a la tierra que prometiste a sus padres.
Sus hijos entraron y se apoderaron del paÃs. Tú, ante ellos, aplastaste a sus habitantes, los cananeos, y los pusiste en sus manos con sus reyes y todos sus habitantes. Hicieron de ellos lo que quisieron.
Tú los entregaste en poder de sus enemigos, que los oprimieron. Durante su opresión clamaban a ti y tú los escuchabas desde el cielo; asà que, por tu inmensa bondad, les mandabas salvadores que los libraron de sus opresores.
Pero, cuando respiraban de nuevo, hacÃan el mal contra ti, y tú otra vez los dejabas en manos enemigas que los oprimÃan. Ellos de nuevo clamaban hacia ti, y tú escuchabas desde el cielo y por tu gran bondad los salvaste muchas veces.
Les pediste con mucha insistencia que volvieran a tu Ley, pero ellos, muy orgullosos, no escucharon tus mandatos y órdenes. No observaron lo que el hombre debe cumplir para tener la vida, te volvieron la espalda y por su dura cabeza no te escucharon.
Durante muchos años tuviste paciencia con ellos, les advertiste por tu EspÃritu, por boca de los profetas, pero ellos no escucharon.
Entonces los entregaste en poder de los otros pueblos. Mas por tu inmensa bondad no dejaste que fueran destruidos, ni los abandonaste, porque tú eres Dios de bondad y de misericordia.
Ahora, pues, oh Dios nuestro, Dios grande, poderoso y temible, que mantienes tu alianza y tu amor, toma en cuenta la miseria que ha caÃdo sobre nosotros, sobre nuestros reyes y prÃncipes, nuestros sacerdotes y profetas, sobre nuestros padres y sobre todo tu pueblo desde los tiempos de los reyes de Asiria hasta el dÃa de hoy.
Tú te mostraste justo en todo lo sucedido, porque tú has cumplido fielmente tus promesas, mas nosotros hemos actuado con maldad.
Nuestros reyes y jefes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no guardaron tu Ley, no hicieron caso de tus mandamientos ni de las normas que tú les diste.
Mira que hoy somos nosotros esclavos; somos esclavos en el paÃs que habÃas dado a nuestros padres para gozar de sus frutos y bienes.
Los abundantes frutos que da el paÃs son para los reyes que tú nos has impuesto por nuestros pecados; ellos hacen lo que quieren de nuestras personas y de nuestros ganados, con lo que vivimos en gran tribulación.»