Sambalat, Tobías, el árabe, Guesem y los demás enemigos nuestros supieron que yo había levantado nuevamente la muralla de Jerusalén. No quedaba ningún hoyo, aunque todavía no se habían puesto las puertas.
Sambalat y Guesem me mandaron a decir: «Ven a conversar con nosotros en Quefirín, en la vega de Onó.»
Querían hacerme algún daño; pero les mandé a decir: «Estoy muy ocupado en un trabajo muy importante. No bajaré hacia donde ustedes se encuentran, porque se pararía el trabajo si lo dejara.»
Sin embargo volvieron a invitarme cuatro veces, y di siempre la misma respuesta.
Entonces Sambalat me mandó a invitar por quinta vez. Su criado traía una carta abierta
que decía lo siguiente: «¿Sabes lo que corre entre los que no son judíos? Gasmú afirma que tú y los judíos queréis rebelaros. Ese es el motivo por el cual haces la muralla de nuevo. Y además quieres hacerte rey
y ya has designado profetas para proclamarte rey de Jerusalén. El rey va a saber eso, así que te conviene que conversemos los dos.»
Pero yo le mandé a decir: «Nada de eso es verdad. Sólo son inventos tuyos.»
Pues todos ellos querían asustarnos, pensando: Se van a desanimar tanto que no acabarán la reconstrucción. Yo, por el contrario, trabajé con mayores fuerzas.
Luego fui donde Semeías, hijo de Delaías, hijo de Metabeel, ya que no podía salir de su casa. El me dijo: «Reunámonos en la Casa de Dios, en el interior del santuario; y cerremos sus puertas, porque van a venir a matarte, y lo harán esta misma noche.»
Pero yo le respondí: «¿Un hombre como yo va a huir? ¿Cómo un hombre de mi clase va a entrar en el santuario para salvar su vida? No iré.»
Había comprendido que Semeías no había sido enviado por Dios, sino que Tobías lo había comprado para que me asustara.
Al esconderme en el santuario habría cometido un delito, y esto habría dado motivo para perder mi reputación y avergonzarme.
Acuérdate, Dios mío, de Tobías, por lo que ha hecho; y también de la profetisa Nadías, y de los demás profetas que trataron de asustarme.
La muralla quedó terminada el día
Cuando nuestros enemigos y los pueblos vecinos lo supieron, tuvieron miedo y se acobardaron. Tuvieron que reconocer en eso la obra de Dios.
En este mismo tiempo varios judíos destacados escribían y recibían cartas seguidas de Tobías.
Pues Tobías tenía muchos amigos en Judá porque era yerno de Secanías, hijo de Araj, y por estar casado su hijo Jojanán con la hija de Mesulam, hijo de Berequías.
Incluso llegaron a hablar bien de Tobías en mi presencia, al mismo tiempo que le contaban todas mis palabras. Y era éste, Tobías, quien me mandaba cartas para asustarme.