En aquel tiempo se leyó en presencia del pueblo el libro de la Ley de Moisés, y se encontró escrito en él: «El amonita y el moabita jamás entrarán en la asamblea de Dios,
porque no recibieron a los hijos de Israel con pan y agua. Dieron dinero a Balaam para que los maldijera, pero nuestro Dios cambió su maldición en bendición.»
Cuando hubieron oído esta Ley, apartaron de Israel a todo hombre de sangre mestiza.
Antes de esto, el sacerdote Elyasib había sido encargado de los departamentos de la Casa de nuestro Dios. Como era pariente de Tobías,
le había proporcionado a éste un departamento amplio, donde anteriormente se depositaban las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo del trigo, del vino y del aceite, es decir, lo que pertenecía a los levitas, a los cantores y porteros, y la contribución para los sacerdotes.
Cuando esto sucedía, yo no estaba en Jerusalén, porque el año
volví a Jerusalén y me enteré del mal que había hecho Elyasib para complacer a Tobías, proporcionándole un departamento en los edificios de la Casa de Yavé.
Esto me desagradó mucho; eché fuera del departamento todos los muebles de Tobías
y mandé purificar los departamentos y volver a poner en ellos los utensilios de la Casa de Dios, las ofrendas y el incienso.
Supe también que ya no entregaban las raciones a los levitas, y a causa de ello, los levitas y cantores encargados de las ceremonias se habían ido a sus campos.
Me enojé con los consejeros y les dije: «¿Por qué ha sido abandonada la Casa de Dios?» Luego reuní a los levitas y cantores y los puse a trabajar en sus respectivos puestos.
Con esto, todos los judíos entregaron en los almacenes la décima parte del trigo, el vino y el aceite.
Encargué de la administración de los almacenes al sacerdote Selemías, al maestro de la Ley Sadoc, al levita Pedaías, y como ayudante a Janán, hijo de Zacur. Los nombré a ellos porque eran considerados como personas responsables. Su trabajo consistía en distribuir los alimentos a sus hermanos.
Dios mío, acuérdate de lo que he hecho. No olvides las obras de piedad que hice por tu Casa y para mantener tus ceremonias.
En aquellos días encontré a hombres de Judá que trabajaban en el lagar el día sábado. Otros traían haces de trigo y los cargaban sobre sus burros. Igualmente cargaban vino, uvas, higos y toda clase de productos que hacían entrar en Jerusalén el día sábado. Yo los fui a reprender mientras vendían sus mercaderías.
Algunos tirios se habían establecido en Jerusalén. Entraban pescado y mercaderías de toda clase para vender a los judíos el día sábado.
Así que yo reprendí a los jefes de Judá, diciéndoles: «Hacen muy mal al no respetar el día sábado.
Así hicieron sus padres y por eso nuestro Dios acarreó todas esas desgracias sobre la ciudad y sobre nosotros. Ustedes aumentan el enojo de Dios contra Israel al no respetar sus sábados.»
Así que ordené que cuando la sombra cubriera las puertas de Jerusalén, la víspera del sábado, se cerraran las puertas y no se abrieran hasta después del sábado. Puse, además, junto a las puertas a algunos de mis hombres para que no entrara carga alguna en día sábado.
Una o dos veces, algunos mercaderes que vendían toda clase de mercaderías, pasaron la noche fuera de Jerusalén,
pero yo les avisé diciéndoles: «¿Por qué pasan la noche junto a la muralla? Si vuelven a hacerlo, los haré apresar.» Desde entonces no volvieron más en día sábado.
Ordené también a los levitas purificarse y venir a guardar las puertas, para santificar el sábado. También por esto, acuérdate de mí, Dios mío, y ¡ten piedad de mí según tu gran misericordia!
Vi también en aquellos días que algunos judíos se habían casado con mujeres asdotitas, amonitas o moabitas;
de sus hijos, la mitad hablaban asdodeo, pero no sabían ya hablar judío.
Yo los reprendí y los maldije, hice azotar a algunos de ellos y arrancarles los cabellos y los hice jurar en nombre de Yavé: «No deben casar a sus hijas con los hijos de ellos, ni tomar ninguna de sus hijas por esposas; ni ustedes ni los hijos de ustedes. ¿No pecó en esto Salomón, rey de Israel?
Entre tantas naciones no había un rey semejante a él; era amado de Dios; Dios lo había hecho rey de todo Israel y también a él lo hicieron pecar las mujeres extranjeras.
¿Acaso se dirá de ustedes que cometen el mismo gran crimen de rebelarse contra nuestro Dios casándose con mujeres extranjeras?»
También eché de mi lado a uno de los hijos de Joyada, hijo del sumo sacerdote Elyasib, que era yerno de Sambalat, el jeronita.
Acuérdate de esta gente, Dios mío, por haber manchado el sacerdocio y tu Alianza con los sacerdotes y levitas.
Los purifiqué, pues, de todo lo extranjero, y establecí para los sacerdotes y levitas reglamentos que determinaban la tarea de cada uno,
igual que para la ofrenda de leña a plazos fijos y para las primicias. ¡Acuérdate de mí, Dios mío, para mi bien!
de Artajerjes, rey de Babilonia, había ido donde el rey, pero al cabo de algún tiempo, el rey me dejó regresar;