Al cabo de seis meses, los israelitas estuvieron ya instalados en sus ciudades. Entonces se congregó todo el pueblo en Jerusalén.
Josué, hijo de Josadac, con sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel, hijo de Sealtiel, con sus hermanos, empezaron a reconstruir el altar del Dios de Israel, para ofrecer en él sacrificios, como está escrito en la Ley de Moisés, hombre de Dios.
Construyeron el altar en el mismo lugar, a pesar del miedo que tenían de la gente del país, y ofrecieron en él víctimas consumidas por el fuego, sacrificio de la mañana y de la tarde.
Celebraron la fiesta de los Tabernáculos, como está escrito, y ofrecieron cada día víctimas consumidas por el fuego, según el rito establecido.
Después siguieron ofreciendo el sacrificio perpetuo y los sacrificios de los sábados, de las lunas nuevas, y todas las solemnidades de Yavé, además de lo que cada uno voluntariamente quería ofrecer a Yavé.
Empezaron a ofrecer las víctimas consumidas por el fuego desde el día primero del mes séptimo, cuando aún no se habían puesto los cimientos del Templo de Yavé.
Dieron dinero a los que trabajaban la piedra, a los albañiles y carpinteros. También dieron alimentos, vino y aceite a los tirios para que trajeran por mar a Yafó madera de cedro del Líbano, según la autorización de Ciro, rey de Persia.
El año segundo después de la llegada a la Casa de Dios, a Jerusalén, el segundo mes, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Josadac, con el resto de sus hermanos, los sacerdotes, levitas y todos los que habían vuelto del destierro a Jerusalén, comenzaron la obra: designaron a algunos levitas mayores de veinte años para dirigir las obras de la Casa de Yavé.
Josué, sus hijos y sus hermanos, Cadmiel y sus hijos, y los hijos de Hodabías, se pusieron juntos a dirigir a los que trabajaban en la obra de la Casa de Dios.
En cuanto los obreros pusieron los cimientos del santuario de Yavé, se presentaron los sacerdotes, revestidos de lino fino, con trompetas, y los levitas hijos de Asaf, con címbalos, para cantar a Yavé los Salmos de David, rey de Israel.
Cantando y alabando, daban gracias a Yavé: «Porque es bueno, porque es eterno su amor para Israel.» Todo el pueblo lanzaba gritos con grandes clamores, alabando a Yavé porque se ponían los cimientos de la Casa de Yavé.
Muchos de los sacerdotes, levitas y de los más ancianos jefes de familia que habían conocido la casa primera, lloraban con grandes gemidos, mientras se ponían los cimientos. Pero otros lanzaban gritos de alegría,
y el pueblo no podía distinguir entre los gritos de júbilo y el clamor de los llantos, porque gritaba con alegría, y el ruido se escuchaba hasta lejos.