David consultó con los jefes de millar y cien y con todos los oficiales.
Luego dijo a toda la asamblea de Israel: «Si les parece bien y la cosa conviene a Yavé, nuestro Dios, vamos a mandar un mensaje a nuestros hermanos que han quedado en todas las regiones de Israel y, además, a los sacerdotes y levitas en sus ciudades y aldeas, para que se reúnan con nosotros;
y volvamos a traer a nuestro lado el Arca de nuestro Dios, ya que no nos hemos preocupado por ella en tiempos de Saúl.
Toda la asamblea acordó hacerlo así, pues la propuesta pareció bien a todo el pueblo.
David entonces congregó a todo Israel, desde Sijor de Egipto hasta la entrada de Jamat, para traer el Arca de Yavé desde Cariatiarim.
Subió, pues, David con todo Israel, hacia Baalá, a Cariatiarim de Judá, para subir de allí el Arca de Dios que lleva el Nombre de Yavé que está sobre los querubines.
Cargaron el Arca de Yavé en una carreta nueva, y se la llevaron de la casa de Abinadab; Uzzá y Ajyó conducían la carreta.
David y todo Israel bailaba delante de Yavé con todas sus fuerzas, cantando y tocando cítaras, salterios y panderos, címbalos y trompetas.
Al llegar a la era de Quidom, Uzzá extendió su mano para sostener el Arca, porque los bueyes amenazaban volcarla.
Yavé se enojó contra Uzzá y lo hirió por haber tocado el Arca, cayendo muerto allí delante de Dios.
David se enojó porque Yavé había castigado a Uzzá; y se llamó aquel lugar Peres Uzzá hasta el día de hoy.
David tuvo miedo aquel día a Yavé y dijo: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de Dios?»
Por eso no la llevó a su casa, a la ciudad de David, sino que la hizo llevar a la casa de Obededom de Gat.
El Arca de Dios habitó tres meses en la casa de Obededom y Yavé hizo prosperar su casa y cuanto tenía.