Transcurrieron tres años sin guerra entre Aram e Israel.
Al tercero bajó Josafat, rey de Judá, donde el rey de Israel.
El rey de Israel dijo a sus servidores: «Ustedes saben que Ramot de Galaad nos pertenece y no hacemos nada para rescatarla de manos del rey de Aram.»
Y preguntó a Josafat: «¿Quieres venir conmigo para atacar a Ramot de Galaad?» Josafat respondió al rey de Israel: «Somos los dos una misma cosa, y una misma cosa son tu pueblo y el mío, tus caballos y los míos.»
Josafat, rey de Judá, dijo al rey de Israel: «Te pido, por favor, que antes de partir a la guerra consultemos primero a los profetas de Yavé.»
El rey de Israel reunió a los profetas, que eran unos cuatrocientos hombres, y les dijo: «¿Debo atacar a Ramot de Galaad o no lo hago?» Ellos respondieron: «Sube, porque Yavé te la entregará.»
Josafat preguntó: «¿No hay aquí otros profetas de Yavé a quienes podamos consultar?»
Dijo el rey de Israel a Josafat: «Hay todavía un hombre a quien podríamos pedir una respuesta de Yavé: es Miqueas, hijo de Jimla. Pero yo lo aborrezco porque siempre me anuncia desgracias y nunca algo bueno.»
Josafat lo reprendió: «No hables así.» El rey de Israel, pues, llamó a un funcionario y le dijo: «Tráeme inmediatamente a Miqueas, hijo de Jimla.»
El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada uno en su trono, vestidos de gala ante la puerta de Samaria, y todos los profetas estaban en trance delante de ellos.
Uno, llamado Sedecías, hijo de Canana, se había hecho unos cuernos de hierro y decía: «Dice Yavé: Con estos cuernos herirás a Aram hasta matarlo.»
Todos los profetas decían lo mismo: «Sube contra Ramot de Galaad, que tendrás éxito: Yavé la entregará en tus manos.»
El funcionario que había ido a buscar a Miqueas le habló así: «Mira que todos los profetas están de acuerdo en que al rey le irá bien. Procura hablar como ellos y anuncia algo bueno.»
Miqueas respondió: «Por la vida de Yavé, yo diré solamente lo que él me diga.»
Cuando llegó donde el rey, éste le preguntó: «Miqueas, ¿debemos atacar a Ramot de Galaad o no?» Y Miqueas respondió: «¡Ataca y vencerás, pues Yavé te la entregará!»
Pero el rey dijo: «¿Cuántas veces te debo preguntar para que me digas la verdad en nombre de Yavé?»
Entonces Miqueas dijo: «He visto a todo Israel disperso por las montañas, como rebaño sin pastor. Dice Yavé: Esa gente ya no tiene amo. Que cada uno vuelva a su casa en paz.»
El rey de Israel dijo a Josafat: «¿No te decía yo que nunca me anuncia el bien, sino sólo el mal?»
A lo que Miqueas respondió: «Escucha, pues, lo que Yavé me dio a conocer. He visto a Yavé sentado en su trono, y a toda la corte celestial que estaba de pie a su lado, unos a su derecha y otros a su izquierda.
Y Yavé les preguntó: ¿Quién engañará al rey de Israel para que suba a la ciudad de Ramot y que allí muera? Y unos decían una cosa, y otros, otra.
Se adelantó, pues, un espíritu y dijo a Yavé: Yo lo engañaré. Yavé le preguntó: ¿En qué forma?
Y el espíritu respondió: Iré y pondré la mentira en la boca de todos sus profetas. Y Yavé dijo: Tú lograrás engañarlo, anda y hazlo.
Ahora, pues, Yavé puso la mentira en la boca de tus profetas que están aquí, porque él ha decidido tu muerte.»
Sedecías, hijo de Canana, se acercó y dio una bofetada a Miqueas, diciendo: «¿Cómo se ha ido de mí el espíritu de Yavé para hablarte a ti?»
Miqueas contestó: «Lo sabrás el día en que vayas escondiéndote de habitación en habitación.»
Entonces el rey de Israel ordenó: «Tomen preso a Miqueas y llévenselo a Amón, gobernador de la ciudad, y a Joás, hijo del rey,
y díganles: Encarcelen a este hombre y ténganlo a ración estricta de pan y agua hasta que yo vuelva victorioso.»
Miqueas respondió: «Si vuelves victorioso, será señal de que Yavé no ha hablado por mí.»
El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, fueron a atacar la ciudadela de Ramot de Galaad.
El rey de Israel dijo a Josafat: «Me disfrazaré antes de empezar el combate, pero tú llevarás tus propias vestiduras.» Y el rey de Israel fue al combate disfrazado.
Ahora bien, el rey de Aram había ordenado a los jefes de los carros: «No ataquen a ninguno, chico o grande, sino sólo al rey de Israel.»
Por eso, en cuanto los jefes de los carros vieron a Josafat, pensaron que era el rey de Israel, y lo rodearon para atacarlo, pero Josafat lanzó su grito de guerra y,
al ver que no era el rey de Israel, se apartaron de él.
En esos momentos, uno de los arameos disparó una flecha sin saber a quién apuntaba e hirió al rey de Israel entre la parte alta y la parte baja de su coraza. Este dijo al conductor de su carro: «Da la vuelta con las riendas y sácame de aquí, pues no me siento bien.»
Pero la lucha era muy violenta aquel día, y el rey de Israel fue sostenido en pie en su carro, frente a los arameos. La sangre de su herida corría por el fondo del carro y en la tarde murió.
Al anochecer, se corrió la voz siguiente por el campamento: «Cada uno a su ciudad, cada uno a su tierra. El rey ha muerto.»
Muerto, pues, el rey de Israel, fue llevado a Samaria, donde lo sepultaron.
Pero habían lavado el carro con abundante agua junto al estero de Samaria, de modo que los perros lamieron la sangre y las prostitutas se bañaron en ella, según lo que había dicho Yavé.
Lo demás referente a Ajab está en el libro de las Crónicas de los reyes de Israel; allí mencionan sus obras, la casa de marfil que construyó y las ciudades que edificó.
Cuando Ajab se hubo acostado con sus padres, su hijo Ocozías le sucedió.
Josafat, hijo de Asá, comenzó a reinar en Judá el año cuarto de Ajab, rey de Israel.
Tenía treinta y cinco años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén veinticinco años. Su madre Azuba era hija de Silji.
Siguió las huellas de Asá, su padre, y no se desvió nunca de ellas, portándose correctamente a los ojos de Yavé.
Pero no desaparecieron los santuarios de las lomas y el pueblo siguió ofreciendo sacrificios y perfumes en ellos.
Hubo paz entre Josafat y el rey de Israel.
Lo demás referente a Josafat, sus hazañas y sus guerras, está escrito en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá.
Eliminó también de su país al resto de los afeminados que se dedicaban a la prostitución sagrada y que Asá no había suprimido.
No había entonces rey en Edom sino que lo administraba un gobernador.
Josafat construyó barcos de Tarsis para ir a Ofir en busca de oro. Pero los barcos fueron destrozados en Asiongaber, así que el viaje fracasó.
En otra ocasión Ocozías, hijo de Ajab, hizo a Josafat la siguiente propuesta: «¿Quieres que mis servidores acompañen a los tuyos en los barcos?» Pero Josafat se negó.
Cuando Josafat se acostó con sus padres, lo sepultaron al lado de ellos en la ciudad de David, y Joram, su hijo, le sucedió.
Ocozías, hijo de Ajab, comenzó a reinar en Samaria como rey de Israel, el año diecisiete de Josafat, rey de Judá, y reinó dos años.
Se portó mal con Yavé, siguiendo los ejemplos de su padre y de su madre; imitó a Jeroboam, hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel.
Sirvió a Baal y se postró ante él; ofendió a Yavé, Dios de Israel, como lo había hecho su padre.