Y todos los oficiales, asà como toda la gente, dieron este consejo al rey: «No le hagas caso ni se lo concedas.»
El rey, pues, llamó a los mensajeros de Ben-Hadad para decirles: «Digan a mi señor el rey que acepto darle lo que me pidió la primera vez, pero que no puedo consentir lo que ahora me pide.» Y los mensajeros se fueron con esta respuesta.
Entonces Ben-Hadad mandó a decir: «Que los dioses me maldigan si de Samaria queda bastante polvo para dar un puñado a cada uno de mis hombres.»
Pero el rey de Israel contestó:«¡Palabras! No se canta victoria antes de la batalla.» Este mensaje llegó a Ben-Hadad cuando estaba bebiendo con los prÃncipes en su tienda de campaña.
Y dijo a sus servidores: «Tomen posiciones». Asà que se alistaron frente a la ciudad.
Ajab pasó revista a los jóvenes de los jefes de las provincias, que eran doscientos treinta y dos. Luego hizo el censo de todos los hombres de su pueblo, llegando el total a siete mil.
Cuando salieron los jóvenes de los jefes de provincias que formaban la vanguardia, alguien envió este mensaje a Ben-Hadad: «Están saliendo de Samaria algunas tropas.»
El respondió: «Tanto si vienen en son de paz como en son de guerra, tómenlos vivos.»
Cada uno empezó a matar al que se le ponÃa delante y los arameos dieron vuelta. Israel los persiguió. A Ben-Hadad lo salvó su caballo y se dio a la fuga junto con otros.
Entonces salió el rey de Israel con carros y caballerÃas, causando a los arameos una derrota enorme.
El profeta volvió donde el rey de Israel para decirle: «Ten ánimo, reflexiona y prepárate, porque el año que viene, el rey de Aram volverá a atacarte.»
Los servidores del rey de Aram le dijeron: «Los dioses de Israel son dioses de los cerros, por esto nos derrotaron.
A la vuelta del año, Ben-Hadad pasó revista a los arameos y penetró hasta Afec para luchar contra Israel.
En el mismo momento se pasó revista a los hijos de Israel y marcharon a su encuentro. Los hijos de Israel acamparon frente a ellos a manera de dos pequeños rebaños de cabras, mientras que los arameos cubrÃan toda la llanura.
El resto se refugió en la ciudad de Afec, pero la muralla se desplomó delante de los veintisiete mil hombres que quedaban. Ben-Hadad se refugió en el palacio, pasando de habitación en habitación.
Sus servidores le dijeron: «Hemos oÃdo decir que los reyes de Israel son generosos; deja que nos pongamos sacos en la espalda y sogas en el cuello y vayamos a hablar con el rey de Israel. A lo mejor te perdona la vida.»
Asà lo hicieron y, cuando llegaron a la presencia del rey de Israel, le dijeron: «Tu siervo Ben-Hadad nos manda a decirte: Perdóname la vida.» El respondió: «¿Vive aún? Es mi hermano.»
Los hombres lo tomaron como buena señal y se apresuraron a aprovechar esta respuesta diciendo: «Hermano tuyo es Ben-Hadad.» El les dijo: «Vayan y tráiganlo.» Ben-Hadad salió hacia el rey de Israel y el rey lo hizo subir a su carro.
Entonces el profeta se fue y, disfrazándose la cara con un pañuelo, se puso a esperar al rey en el camino.
Cuando pasaba el rey, exclamó: «Oh rey, yo, tu siervo, habÃa llegado al centro de la batalla cuando uno abandonó las filas, me trajo un hombre y me dijo: Custodia a este hombre; si se te escapa, responderás con tu vida, o pagarás un talento de plata.
Pero cuando estaba yo ocupado y agitado por un lado y por otro, el prisionero se escapó.» El rey de Israel dijo: «Tú mismo has pronunciado tu sentencia.»