Entonces Jehú, hijo de Jananí, recibió de Yavé el encargo de condenar a Basá:
«Yo te levanté del polvo y te puse como jefe de mi pueblo de Israel, pero tú has seguido el mal camino de Jeroboam y enseñaste a Israel a pecar y a molestarme con sus pecados.
Por eso barreré el recuerdo de Basá y de su familia; trataré a su familia como traté a la de Jeroboam.
Los que de entre ellos mueran en la ciudad serán para los perros, y a los que mueran en el campo se los comerán las aves.»
Lo demás referente a Basá, a sus guerras y todo lo que hizo está escrito en el libro de los Hechos de los reyes de Israel.
Cuando murió Basá, lo sepultaron en Tirsa y le sucedió su hijo Elá.
La palabra de Yavé había sido dirigida por boca del profeta Jehú, hijo de Jananí, contra Basá y contra su familia, por todo el mal que hizo a los ojos de Yavé, irritándolo con sus obras como había hecho la familia de Jeroboam, y también por haberlo exterminado a él y a toda su familia.
Elá, hijo de Basá, empezó a reinar en Israel, en la ciudad de Tirsa, el año veintiséis de Asá, rey de Judá. Reinó dos años.
Su servidor Zimri, jefe de la mitad de los carros de guerra, conspiró contra él. Y aprovechando que se puso a tomar hasta emborracharse en casa de Arsá, gobernador de Tirsa,
entró Zimri y lo mató, el año veintisiete de Asá, rey de Judá, y reinó en su lugar.
Al tomar el poder, apenas se hubo sentado en el trono, mató a toda la familia de Basá, sin dejar ningún hijo, pariente, ni amigo.
Zimri exterminó toda la familia de Basá, como Yavé lo había dicho a Basá, por boca del profeta Jehú,
por todos los pecados que Basá y Elá, su hijo, cometieron e hicieron cometer a Israel, provocando con sus vanos ídolos la indignación de Yavé, Dios de Israel.
Lo demás referente a Elá, y todo lo que hizo, está escrito en el libro de los Hechos de los reyes de Israel.
El reinado de Zimri, en Tirsa, el año veintisiete de Asá, rey de Judá, no duró más de seis días.
Pues el ejército estaba sitiando Guibetón de los filisteos y, cuando llegó al campamento la noticia de que Zimri había conspirado y dado muerte a Elá, proclamaron rey a Omrí ese mismo día.
Omrí, pues, y todo Israel con él subieron de Guibetón y sitiaron Tirsa.
Cuando Zimri vio que la ciudad iba a ser tomada, entró en la fortificación de la casa del rey, prendió fuego al palacio real y murió.
Así fue castigado por haber hecho lo que desagrada a Yavé, ya que anduvo por el camino de Jeroboam e hizo pecar a Israel de la misma manera.
Lo demás referente a Zimri y la conspiración que tramó está escrito en el libro de los Hechos de los reyes de Israel.
Entonces el pueblo de Israel se dividió en dos bandos. Unos querían dar el poder a Tibní y los otros a Omrí.
Los partidarios de Omrí ganaron a los de Tibní, al que mataron, y reinó Omrí.
Omrí comenzó a reinar en Israel en el año treinta y uno de Asá, rey de Judá, y reinó doce años, seis de ellos en Tirsa.
Luego compró a Semer el cerro de Samaria por dos talentos de plata. Construyó sobre el cerro y llamó Samaria a esta ciudad, del nombre de Semer, al que había pertenecido el cerro.
Omrí se portó mal con Yavé, siendo peor que cuantos lo precedieron.
Fue en todo por el camino de Jeroboam, hijo de Nabat, e hizo pecar a Israel de la misma manera, irritando a Yavé, su Dios, con sus vanos ídolos.
Lo demás referente a Omrí y todas las guerras que hizo está escrito en el libro de los Hechos de los reyes de Israel.
Cuando murió Omrí, lo sepultaron en Samaria y le sucedió su hijo Ajab.
Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar sobre Israel el año treinta y ocho de Asá, rey de Judá, y reinó veintidós años en su capital, Samaria.
Ajab se portó muy mal con Yavé, y fue peor que todos los reyes anteriores.
Le pareció poco imitar los pecados de Jeroboam, pues tomó por esposa a Jezabel, hija de Etbal, rey de los sidonios, por lo que se puso a servir a su dios Baal, y se postraba ante él.
Levantó un altar para Baal en el templo de Baal que construyó en su capital, Samaria.
También puso un tronco sagrado y con todo lo que hizo ofendió a Yavé más que todos los anteriores reyes de Israel.
En su tiempo, Jiel de Betel reedificó la ciudad de Jericó. Cuando puso los cimientos, ofreció en sacrificio a Abiram, su primer nacido, y cuando colocó las puertas de la ciudad, sacrificó a Segub, su hijo menor. Así se cumplió una palabra que Josué, hijo de Nun, había dicho de parte de Yavé.