Pero la mano que extendió contra el profeta se secó y no pudo doblar el brazo. El altar se rompió y se derramó la ceniza, según la señal antes dicha.
Asà que montó en el burro y partió tras el hombre de Dios, al que encontró sentado bajo un árbol. El anciano profeta le preguntó: «¿Eres tú el hombre de Dios que ha venido de Judá?
Ven a mi casa a comer algo.»
Pero el hombre contestó: «No puedo volver contigo y entrar en tu casa,
sino que has regresado y has comido y bebido en el lugar del que te habÃa dicho: no comerás ni beberás allÃ. Por eso tu cadáver no será enterrado junto al de tus padres.»
Cuando se levantaron de la mesa, el anciano le preparó un burro y partió el que habÃa venido de Judá.
El león no habÃa devorado el cadáver ni habÃa destrozado al burro.
El profeta puso el cadáver sobre el burro y lo llevó a la ciudad, donde le hizo los funerales y lo sepultó. Dejó el cadáver en su propio sepulcro y lo lloraron según la costumbre: «Ay, hermano mÃo.»
Lo que es Jeroboam, siguió su mal camino. Continuó tomando gente del pueblo para que fueran sacerdotes de los santuarios de las lomas; a cualquiera que se presentara lo consagraba sacerdote, aunque no fuera de la tribu de LevÃ.
Este fue el pecado de Jeroboam y de sus sucesores, la razón por la cual fueron exterminados, desapareciendo de la superficie de la tierra.