Joab, hijo de Sarvia, se dio cuenta de que David estaba preocupado por Absalón.
Entonces mandó buscar a Tecoa a una mujer inteligente y le dijo: «Te ruego finjas estar de duelo. VÃstete de luto y no te perfumes con aceite de modo que parezcas una mujer que desde hace tiempo lleva luto por un muerto.
Los dos pelearon en el campo, no habÃa nadie para separarlos, y uno de ellos golpeó al otro hasta darle muerte.
Pues ahora la familia me exige que le entregue al que mató a su hermano. Nosotros tenemos que matarlo, dicen, para vengar a su hermano. Y asà van a acabar con el heredero, y apagarán la brasa que me queda; con esto no habrá nadie para conservar el apellido de mi marido sobre la tierra.»
La mujer añadió: «¿PodrÃa decirte algo más, oh rey, mi señor?»
El rey dijo: «Habla.» Y ella prosiguió: «Tú mismo, al dictar esta sentencia, te declaras culpable por haber ordenado que no vuelva más el que ha huido.
Entonces el rey dijo a la mujer: «Te pido que digas la verdad de todo cuanto voy a preguntarte.» La mujer respondió: «Diga mi señor, el rey.»
El le preguntó: «¿Todo esto no es acaso una maquinación de Joab?» Ella respondió: «Por tu vida, señor, mi rey, que es tal como tú dices. Efectivamente, fue tu servidor quien me mandó y quien me dijo lo que debÃa decirte.
Todo esto lo hizo para disimular el asunto. Pero mi señor tiene la sabidurÃa de un ángel de Dios y sabe todo lo que pasa sobre la tierra.»
El rey mandó llamar a Joab y le dijo: «Bien, de acuerdo, haz lo necesario para que vuelva el joven Absalón.»