en la ciudad de Kiriat-Arbe -o sea, Hebrón-, en el paÃs de Canaán. Abrahán hizo duelo por ella y la lloró.
Dejando el lugar donde estaba el cuerpo, Abrahán dijo a los hititas:
«Yo no soy más que un forastero en medio de ustedes. Denme una tierra en medio de ustedes, para que sea mÃa y pueda enterrar a mi difunta.»
Los hititas le respondieron:
«Escúchanos, señor: entre nosotros tú eres un prÃncipe de Dios. Sepulta a tu difunta en la mejor de nuestras sepulturas, pues ninguno de nosotros te negará una tumba para tu difunta.»
Se levantó Abrahán, e inclinándose ante los hititas,
les dijo: «Si están de acuerdo en que yo entierre a mi difunta, escúchenme e intercedan por mà ante Efrón, hijo de Seor,
Contestó Efrón a Abrahán: «Señor mÃo, escúchame:
cuatrocientas monedas de plata por un terreno, ¿no serÃa lo justo para ambos? Pues bien, sepulta a tu difunta.»
Abrahán estuvo de acuerdo y pesó para Efrón, en presencia de los hititas, la plata que habÃan acordado: cuatrocientas piezas de plata, en monedas de mercader.