Levantándose de allÃ, Jesús se fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán; y se reunieron de nuevo las multitudes junto a El, y una vez más, como acostumbraba, les enseñaba.
Y se le acercaron algunos fariseos, y para ponerle a prueba, le preguntaban si era lÃcito a un hombre divorciarse de su mujer.
Mirándolos Jesús, dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios.
Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquÃ, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mà y por causa del evangelio,
que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna.
Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros.
Pero entre vosotros no es asÃ, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor,
y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos.
Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Entonces llegaron a Jericó. Y cuando salÃa de Jericó con sus discÃpulos y una gran multitud, un mendigo ciego llamado Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino.
Y cuando oyó que era Jesús el Nazareno, comenzó a gritar y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mÃ!