El dÃa veinticuatro de este mes se congregaron los hijos de Israel en ayuno, vestidos de cilicio y con polvo sobre sÃ.
Y los descendientes de Israel se separaron de todos los extranjeros, y se pusieron en pie, confesando sus pecados y las iniquidades de sus padres.
Puestos de pie, cada uno en su lugar, leyeron en el libro de la ley del Señor su Dios por una cuarta parte del dÃa; y por otra cuarta parte confesaron y adoraron al Señor su Dios.
Y sobre el estrado de los levitas se levantaron Jesúa, Bani, Cadmiel, SebanÃas, Buni, SerebÃas, Bani y Quenani, y clamaron en alta voz al Señor su Dios.
Entonces los levitas, Jesúa, Cadmiel, Bani, HasabnÃas, SerebÃas, HodÃas, SebanÃas y PetaÃas, dijeron: Levantaos, bendecid al Señor vuestro Dios por siempre y para siempre. Sea bendito tu glorioso nombre y exaltado sobre toda bendición y alabanza.
Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y escuchaste su clamor junto al mar Rojo.
Entonces hiciste señales y maravillas contra Faraón, contra todos sus siervos y contra todo el pueblo de su tierra; pues supiste que ellos los trataban con soberbia, y te hiciste un nombre como el de hoy.
Dividiste el mar delante de ellos, y pasaron por medio del mar sobre tierra firme; y echaste en los abismos a sus perseguidores, como a una piedra en aguas turbulentas.
Con columna de nube los guiaste de dÃa, y con columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino en que debÃan andar.
Luego bajaste sobre el monte SinaÃ, y desde el cielo hablaste con ellos; les diste ordenanzas justas y leyes verdaderas, estatutos y mandamientos buenos.
Les proveÃste pan del cielo para su hambre, les sacaste agua de la peña para su sed, y les dijiste que entraran a poseer la tierra que tú habÃas jurado darles.
Pero ellos, nuestros padres, obraron con soberbia, endurecieron su cerviz y no escucharon tus mandamientos.
Rehusaron escuchar, y no se acordaron de las maravillas que hiciste entre ellos; endurecieron su cerviz y eligieron un jefe para volver a su esclavitud en Egipto. Pero tú eres un Dios de perdón, clemente y compasivo, lento para la ira y abundante en misericordia, y no los abandonaste.
Ni siquiera cuando se hicieron un becerro de metal fundido y dijeron: "Este es tu Dios que te sacó de Egipto", y cometieron grandes blasfemias,
tú, en tu gran compasión, no los abandonaste en el desierto; la columna de nube no los dejó de dÃa, para guiarlos en el camino, ni la columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino por donde debÃan andar.
Y diste tu buen EspÃritu para instruirles, no retiraste tu maná de su boca, y les diste agua para su sed.
Por cuarenta años proveÃste para ellos en el desierto y nada les faltó, sus vestidos no se gastaron ni se hincharon sus pies.
Y multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, y los llevaste a la tierra que habÃas dicho a sus padres que entraran a poseerla.
Y entraron los hijos y poseyeron la tierra. Y tú sometiste delante de ellos a los habitantes de la tierra, a los cananeos, y los entregaste en su mano, con sus reyes y los pueblos de la tierra, para hacer con ellos como quisieran.
Pero fueron desobedientes y se rebelaron contra ti, echaron tu ley a sus espaldas, mataron a tus profetas que los amonestaban para que se volvieran a ti, y cometieron grandes blasfemias.
Entonces los entregaste en mano de sus enemigos, que los oprimieron, pero en el tiempo de su angustia clamaron a ti, y tú escuchaste desde el cielo, y conforme a tu gran compasión les diste libertadores que los libraron de mano de sus opresores.
Pero cuando tenÃan descanso, volvÃan a hacer lo malo delante de ti; por eso tú los abandonabas en mano de sus enemigos para que los dominaran; y cuando clamaban de nuevo a ti, tú oÃas desde el cielo y muchas veces los rescataste conforme a tu compasión.
Los amonestaste para que volvieran a tu ley, pero ellos obraron con soberbia y no escucharon tus mandamientos, sino que pecaron contra tus ordenanzas, las cuales si el hombre las cumple, por ellas vivirá. Y dieron la espalda en rebeldÃa, endurecieron su cerviz y no escucharon.
Sin embargo, tú los soportaste por muchos años, y los amonestaste con tu EspÃritu por medio de tus profetas, pero no prestaron oÃdo. Entonces los entregaste en mano de los pueblos de estas tierras.
Pero en tu gran compasión no los exterminaste ni los abandonaste, porque tú eres un Dios clemente y compasivo.
Ahora pues, Dios nuestro, Dios grande, poderoso y temible, que guardas el pacto y la misericordia, no parezca insignificante ante ti toda la aflicción que nos ha sobrevenido, a nuestros reyes, a nuestros prÃncipes, a nuestros sacerdotes, a nuestros profetas, a nuestros padres y a todo tu pueblo, desde los dÃas de los reyes de Asiria hasta el dÃa de hoy.
Mas tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros, porque tú has obrado fielmente, pero nosotros perversamente.
Nuestros reyes, nuestros jefes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no han observado tu ley ni han hecho caso a tus mandamientos ni a tus amonestaciones con que los amonestabas.
Pero ellos en su propio reino, con los muchos bienes que tú les diste, con la espaciosa y rica tierra que pusiste delante de ellos, no te sirvieron ni se convirtieron de sus malas obras.
He aquÃ, hoy somos esclavos, y en cuanto a la tierra que diste a nuestros padres para comer de sus frutos y de sus bienes, he aquÃ, somos esclavos en ella.
Y su abundante fruto es para los reyes que tú pusiste sobre nosotros a causa de nuestros pecados, los cuales dominan nuestros cuerpos y nuestros ganados como les place, y en gran angustia estamos.
A causa de todo esto, nosotros hacemos un pacto fiel por escrito; y en el documento sellado están los nombres de nuestros jefes, nuestros levitas y nuestros sacerdotes.