Herodes, al ver a Jesús se alegró en gran manera, pues hacÃa mucho tiempo que querÃa verle por lo que habÃa oÃdo hablar de El, y esperaba ver alguna señal que El hiciera.
Y le interrogó extensamente, pero Jesús nada le respondió.
Y el pueblo estaba allà mirando; y aun los gobernantes se mofaban de El, diciendo: A otros salvó; que se salve a sà mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido.
Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraÃso.
Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena
al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos.
Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espiritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que habÃa sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente.
Y cuando todas las multitudes que se habÃan reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que habÃa acontecido, se volvieron golpeándose el pecho.
Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habÃan acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas.