Su cuerpo era como de berilo, su rostro tenÃa la apariencia de un relámpago, sus ojos eran como antorchas de fuego, sus brazos y pies como el brillo del bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.
Y sólo yo, Daniel, vi la visión; los hombres que estaban conmigo no vieron la visión, pero un gran terror cayó sobre ellos y huyeron a esconderse.
Entonces me dijo: No temas, Daniel, porque desde el primer dÃa en que te propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron oÃdas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido.
Mas el prÃncipe del reino de Persia se me opuso por veintiún dÃas, pero he aquÃ, Miguel, uno de los primeros prÃncipes, vino en mi ayuda, ya que yo habÃa sido dejado allà con los reyes de Persia.
Y he venido para darte a conocer lo que sucederá a tu pueblo al final de los dÃas, porque la visión es para dÃas aún lejanos.
Cuando habló conmigo estas palabras, volvà mi rostro a tierra y enmudecÃ.
¿Cómo podrá, pues, este siervo de mi señor hablar con uno como mi señor? Porque a mà en este momento no me queda fuerza alguna, ni tampoco me queda aliento.
Entonces el que tenÃa semejanza de hombre me tocó otra vez y me fortaleció,