Y EzequÃas le dio toda la plata que se hallaba en la casa del Señor y en los tesoros de la casa del rey.
En aquel tiempo EzequÃas quitó el oro de las puertas del templo del Señor, y de los postes de las puertas que el mismo EzequÃas, rey de Judá, habÃa revestido de oro, y lo entregó al rey de Asiria.
'¿Cómo, pues, puedes rechazar a un oficial de los menores de los siervos de mi señor, y confiar en Egipto para tener carros y hombres de a caballo?
'¿He subido ahora sin el consentimiento del Señor contra este lugar para destruirlo? El Señor me dijo: "Sube contra esta tierra y destrúyela.'"
Entonces Eliaquim, hijo de HilcÃas, Sebna y Joa dijeron al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos, y no nos hables en la lengua de Judá a oÃdos del pueblo que está sobre la muralla.
Pero el Rabsaces les dijo: ¿Acaso me ha enviado mi señor para hablar estas palabras sólo a tu señor y a ti, y no a los hombres que están sentados en la muralla, condenados a comer sus propios excrementos y beber su propia orina con vosotros?
El Rabsaces se puso en pie, gritó a gran voz en la lengua de Judá, y dijo: Escuchad la palabra del gran rey, el rey de Asiria.
ni que EzequÃas os haga confiar en el Señor, diciendo: 'Ciertamente el Señor nos librará, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria.'
"¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria?
"¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim, de Hena y de Iva? ¿Cuándo han librado ellos a Samaria de mi mano?
Pero el pueblo se quedó callado y no le respondió palabra alguna, porque la orden del rey era: No le respondáis.
Entonces Eliaquim, hijo de HilcÃas, mayordomo de la casa real, el escriba Sebna y el cronista Joa, hijo de Asaf, fueron a EzequÃas con sus vestidos rasgados, y le relataron las palabras del Rabsaces.