HabÃa un hombre rico e influyente llamado Cis, de la tribu de BenjamÃn. Era hijo de Abiel, hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de AfÃa, de la tribu de BenjamÃn.
Su hijo Saúl era el hombre más apuesto en Israel; era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros.
Asà que Saúl tomó a un siervo y anduvo por la zona montañosa de EfraÃn, por la tierra de Salisa, por el área de Saalim y por toda la tierra de BenjamÃn, pero no pudieron encontrar los burros por ninguna parte.
Pero el siervo dijo:—¡Se me ocurre algo! En esta ciudad vive un hombre de Dios. La gente lo tiene en gran estima porque todo lo que dice se cumple. Vayamos a buscarlo; tal vez pueda decirnos por dónde ir.
—Pero no tenemos nada que ofrecerle —respondió Saúl—. Hasta nuestra comida se acabó y no tenemos nada para darle.
(En esos dÃas, si la gente querÃa recibir un mensaje de Dios, decÃa: «Vamos a preguntarle al vidente», porque los profetas solÃan ser llamados «videntes»).
—Está bien —aceptó Saúl—, ¡hagamos el intento!Asà que se encaminaron hacia la ciudad donde vivÃa el hombre de Dios.
Al ir subiendo la colina hacia la ciudad, se encontraron con unas jóvenes que salÃan a sacar agua. Entonces Saúl y su siervo les preguntaron:—¿Se encuentra por aquà el vidente?
Justo en ese momento, Saúl se acercó a Samuel a las puertas de la ciudad y le preguntó:—¿PodrÃa decirme, por favor, dónde está la casa del vidente?
Y no te preocupes por esos burros que se perdieron hace tres dÃas, porque ya los encontraron. Además, estoy aquà para decirte que tú y tu familia son el centro de todas las esperanzas de Israel.
Luego Samuel llevó a Saúl y a su siervo al comedor y los sentó en la cabecera de la mesa, y asà los honró más que a los treinta invitados especiales.
El cocinero trajo la carne y la puso frente a Saúl. «Adelante, come —le dijo Samuel—, ¡lo habÃa apartado para ti aun antes de que invitara a los demás!».Asà que ese dÃa Saúl comió con Samuel.
Cuando bajaron del lugar de adoración y regresaron a la ciudad, Samuel llevó a Saúl a la azotea de la casa y allà le preparó una cama.
Al amanecer del dÃa siguiente, Samuel llamó a Saúl: «¡Levántate! ¡Es hora de que sigas tu viaje!». Asà que Saúl se preparó y salió de la casa junto a Samuel.