—Devuelvan el arca del Dios de Israel junto con un regalo —les dijeron—. EnvÃen una ofrenda por la culpa, para que la plaga se detenga. Entonces, si se sanan, sabrán que fue la mano de Dios la que causó esta plaga.
No sean tercos y rebeldes como lo fueron faraón y los egipcios. Cuando Dios terminó con ellos, estaban deseosos de dejar ir a Israel.
»Asà que construyan una carreta nueva y busquen dos vacas que acaben de tener crÃa. Asegúrense de que las vacas nunca hayan llevado yugo. Engánchenlas a la carreta, pero encierren sus becerros en un corral.
Si cruzan la frontera de nuestra tierra y van hacia Bet-semes, sabremos que fue el Señor quien trajo este terrible desastre sobre nosotros. Si no la cruzan, sabremos que no fue la mano de Dios que causó esta plaga; más bien sucedió por pura casualidad.
Asà que llevaron a cabo las instrucciones. Engancharon dos vacas a la carreta y encerraron sus crÃas en un corral.
Luego pusieron el arca del Señor en la carreta junto con el cofre que contenÃa los tumores y las ratas de oro.
Y efectivamente, las vacas, sin desviarse a ningún lado, siguieron directo por el camino hacia Bet-semes, mugiendo por todo el camino. Los gobernantes filisteos las siguieron hasta los lÃmites de Bet-semes.
Ahora bien, los habitantes de Bet-semes estaban cosechando trigo en el valle y, cuando vieron el arca, ¡se llenaron de alegrÃa!
Varios hombres de la tribu de Levà levantaron de la carreta el arca del Señor y el cofre —que contenÃa las ratas y los tumores de oro— y los pusieron sobre la roca grande. En ese dÃa el pueblo de Bet-semes ofreció muchos sacrificios y ofrendas quemadas al Señor.
Los cinco gobernantes filisteos observaron todo esto y luego regresaron a Ecrón ese mismo dÃa.
Los cinco tumores de oro enviados por los filisteos al Señor, como ofrenda por la culpa, eran regalos de los gobernantes de Asdod, Gaza, Ascalón, Gat y Ecrón.
Pero el Señor mató a setenta hombres de Bet-semes porque miraron dentro del arca del Señor. Y el pueblo hizo gran duelo por lo que el Señor habÃa hecho.