Luego Ana oró: «¡Mi corazón se alegra en el Señor!    El Señor me ha fortalecido. Ahora tengo una respuesta para mis enemigos;    me alegro porque tú me rescataste.
¡Nadie es santo como el Señor!    Aparte de ti, no hay nadie;    no hay Roca como nuestro Dios.
El arco de los poderosos está quebrado,    y los que tropezaban ahora son fuertes.
Los que estaban bien alimentados ahora tienen hambre,    y los que se morÃan de hambre ahora están saciados. La mujer que no podÃa tener hijos ahora tiene siete,    y la mujer con muchos hijos se consume.
El Señor da tanto la muerte como la vida;    a unos baja a la tumba y a otros levanta.
El Señor hace a algunos pobres y a otros ricos;    a unos derriba y a otros levanta.
Los que pelean contra el Señor, serán destrozados. Él retumba contra ellos desde el cielo;    el Señor juzga en toda la tierra. Él da poder a su rey;    aumenta la fuerza de su ungido».
Ahora bien, los hijos de Elà eran unos sinvergüenzas que no le tenÃan respeto al Señor
ni a sus obligaciones sacerdotales. Cada vez que alguien ofrecÃa un sacrificio, los hijos de Elà enviaban a un sirviente con un tenedor grande de tres dientes. Mientras la carne del animal sacrificado aún se cocÃa,
el sirviente metÃa el tenedor en la olla y exigÃa que todo lo que sacara con el tenedor fuera entregado a los hijos de ElÃ. Asà trataban a todos los israelitas que llegaban a Silo para adorar.
Algunas veces el sirviente llegaba aun antes de que la grasa del animal fuera quemada sobre el altar. ExigÃa carne cruda antes de que hubiera sido cocida, para poder asarla.
Entonces el Señor le dio a Ana tres hijos y dos hijas. Entre tanto, Samuel crecÃa en la presencia del Señor.
Ahora bien, Elà era muy viejo, pero estaba consciente de lo que sus hijos le hacÃan al pueblo de Israel. Por ejemplo, sabÃa que sus hijos seducÃan a las jóvenes que ayudaban a la entrada del tabernáculo.