Los hombres de Israel vieron el gran aprieto en el que estaban y, como estaban fuertemente presionados por el enemigo, trataron de esconderse en cuevas, matorrales, rocas, hoyos y cisternas.
Algunos cruzaron el rÃo Jordán y escaparon a la tierra de Gad y de Galaad.
Durante siete dÃas Saúl esperó allÃ, según las instrucciones de Samuel, pero aun asà Samuel no llegaba. Saúl se dio cuenta de que sus tropas habÃan comenzado a desertar,
de modo que ordenó: «¡Tráiganme la ofrenda quemada y las ofrendas de paz!». Y Saúl mismo sacrificó la ofrenda quemada.
Precisamente cuando Saúl terminaba de sacrificar la ofrenda quemada, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo,
Asà que dije: “¡Los filisteos están listos para marchar contra nosotros en Gilgal, y yo ni siquiera he pedido ayuda al Señor!â€. De manera que me vi obligado a ofrecer yo mismo la ofrenda quemada antes de que tú llegaras.
Pero ahora tu reino tiene que terminar, porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón. El Señor ya lo ha nombrado para ser lÃder de su pueblo, porque tú no obedeciste el mandato del Señor.
Saúl, Jonatán y las tropas acampaban en Geba, en la tierra de BenjamÃn; mientras que los filisteos levantaron su campamento en Micmas.
Tres destacamentos de asalto pronto salieron del campamento de los filisteos. Uno fue al norte hacia Ofra, en la tierra de Sual;
otro fue al occidente, a Bet-horón, y el tercero avanzó hacia la frontera sobre el valle de Seboim, cerca del desierto.
No habÃa herreros en la tierra de Israel en esos dÃas. Los filisteos no los permitÃan, por miedo a que forjaran espadas y lanzas para los hebreos.
Entonces cada vez que los israelitas necesitaban afilar sus rejas de arado, picos, hachas y hoces, tenÃan que llevarlos a un herrero filisteo.
(Lo que cobraban era lo siguiente: ocho gramos de plata por afilar una reja de arado o un pico, y cuatro gramos por afilar un hacha, una hoz o una aguijada para bueyes).
Por eso el dÃa de la batalla, nadie del pueblo de Israel tenÃa espada o lanza, excepto Saúl y Jonatán.