Pero alguien le avisó al rey de Jericó: «Unos israelitas vinieron aquà esta noche para espiar la tierra».
Entonces el rey de Jericó le envÃo una orden a Rahab: «Saca fuera a los hombres que llegaron a tu casa, porque han venido a espiar todo el territorio».
Rahab, quien habÃa escondido a los dos hombres, respondió: «Es cierto, los hombres pasaron por aquÃ, pero yo no sabÃa de dónde venÃan.
(En realidad, la mujer habÃa llevado a los hombres a la azotea de su casa y los habÃa escondido debajo de unos manojos de lino que habÃa puesto allÃ).
Pues hemos oÃdo cómo el Señor les abrió un camino en seco para que atravesaran el mar Rojo cuando salieron de Egipto. Y sabemos lo que les hicieron a Sehón y a Og, los dos reyes amorreos al oriente del rÃo Jordán, cuyos pueblos ustedes destruyeron por completo.
Entonces, dado que la casa de Rahab estaba construida en la muralla de la ciudad, ella los hizo bajar por una cuerda desde la ventana.
—Huyan a la zona montañosa —les dijo—. Escóndanse allà de los hombres que los están buscando por tres dÃas. Luego, cuando ellos hayan vuelto, ustedes podrán seguir su camino.
Antes de partir, los hombres le dijeron:—Estaremos obligados por el juramento que te hemos hecho solo si sigues las siguientes instrucciones:
cuando entremos en esta tierra, tú deberás dejar esta cuerda de color escarlata colgada de la ventana por donde nos hiciste bajar; y todos los miembros de tu familia —tu padre, tu madre, tus hermanos y todos tus parientes— deberán estar aquÃ, dentro de la casa.