Presten atención, ustedes los ricos: lloren y giman con angustia por todas las calamidades que les esperan.
Su riqueza se está pudriendo, y su ropa fina son trapos carcomidos por polillas.
Su oro y plata han perdido su valor. Las mismas riquezas con las que contaban les consumirán la carne como lo hace el fuego. El tesoro que han acumulado se usará como evidencia contra ustedes el dÃa del juicio.
Sus años sobre la tierra los han pasado con lujos, satisfaciendo todos y cada uno de sus deseos. Se han dejado engordar para el dÃa de la matanza.
Han condenado y matado a personas inocentes, que no ponÃan resistencia.
Amados hermanos, tengan paciencia mientras esperan el regreso del Señor. Piensen en los agricultores, que con paciencia esperan las lluvias en el otoño y la primavera. Con ansias esperan a que maduren los preciosos cultivos.
Pero sobre todo, hermanos mÃos, nunca juren por el cielo ni por la tierra ni por ninguna otra cosa. Simplemente digan «sû o «no», para que no pequen y sean condenados.
¿Alguno de ustedes está pasando por dificultades? Que ore. ¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas.
ElÃas era tan humano como cualquiera de nosotros; sin embargo, cuando oró con fervor para que no cayera lluvia, ¡no llovió durante tres años y medio!
Más tarde, cuando volvió a orar, el cielo envió lluvia, y la tierra comenzó a dar cosechas.
Mis amados hermanos, si alguno de ustedes se aparta de la verdad y otro lo hace volver,
pueden estar seguros de que quien haga volver al pecador de su mal camino salvará a esa persona de la muerte y traerá como resultado el perdón de muchos pecados.