Asà que no se dejen cautivar por ideas nuevas y extrañas. Su fortaleza espiritual proviene de la gracia de Dios y no depende de reglas sobre los alimentos, que de nada sirven a quienes las siguen.
Tenemos un altar del cual los sacerdotes del tabernáculo no tienen derecho a comer.
Bajo el sistema antiguo, el sumo sacerdote llevaba la sangre de los animales al Lugar Santo como sacrificio por el pecado, y los cuerpos de esos animales se quemaban fuera del campamento.
De igual manera, Jesús sufrió y murió fuera de las puertas de la ciudad para hacer santo a su pueblo mediante su propia sangre.
Pues este mundo no es nuestro hogar permanente; esperamos el hogar futuro.
Por lo tanto, por medio de Jesús, ofrezcamos un sacrificio continuo de alabanza a Dios, mediante el cual proclamamos nuestra lealtad a su nombre.
Y no se olviden de hacer el bien ni de compartir lo que tienen con quienes pasan necesidad. Estos son los sacrificios que le agradan a Dios.
Obedezcan a sus lÃderes espirituales y hagan lo que ellos dicen. Su tarea es cuidar el alma de ustedes y tienen que rendir cuentas a Dios. Denles motivos para que la hagan con alegrÃa y no con dolor. Esto último ciertamente no los beneficiará a ustedes.
Oren por nosotros, pues tenemos la conciencia limpia y deseamos comportarnos con integridad en todo lo que hacemos.
Y oren especialmente para que pueda regresar a verlos pronto.
Y ahora, que el Dios de paz    —quien levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas,    y que ratificó un pacto eterno con su sangre—