Siempre oramos por ustedes y le damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
porque hemos oÃdo de su fe en Cristo Jesús y del amor que tienen por todo el pueblo de Dios.
Ambas cosas provienen de la firme esperanza puesta en lo que Dios les ha reservado en el cielo. Ustedes han tenido esa esperanza desde la primera vez que escucharon la verdad de la Buena Noticia.
Esa misma Buena Noticia que llegó a ustedes ahora corre por todo el mundo. Da fruto en todas partes mediante el cambio de vida que produce, asà como les cambió la vida a ustedes desde el dÃa que oyeron y entendieron por primera vez la verdad de la maravillosa gracia de Dios.
Entonces la forma en que vivan siempre honrará y agradará al Señor, y sus vidas producirán toda clase de buenos frutos. Mientras tanto, irán creciendo a medida que aprendan a conocer a Dios más y más.
Pero deben seguir creyendo esa verdad y mantenerse firmes en ella. No se alejen de la seguridad que recibieron cuando oyeron la Buena Noticia. Esa Buena Noticia ha sido predicada por todo el mundo, y yo, Pablo, fui designado servidor de Dios para proclamarla.
Me alegro cuando sufro en carne propia por ustedes, porque asà participo de los sufrimientos de Cristo, que continúan a favor de su cuerpo, que es la iglesia.
Dios me ha dado la responsabilidad de servir a su iglesia mediante la proclamación de todo su mensaje a ustedes.
Este mensaje se mantuvo en secreto durante siglos y generaciones, pero ahora se dio a conocer al pueblo de Dios.
Por lo tanto, hablamos a otros de Cristo, advertimos a todos y enseñamos a todos con toda la sabidurÃa que Dios nos ha dado. Queremos presentarlos a Dios perfectos en su relación con Cristo.
Es por eso que trabajo y lucho con tanto empeño, apoyado en el gran poder de Cristo que actúa dentro de mÃ.