Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas.
Nos fatigamos en nuestro cuerpo actual y anhelamos ponernos nuestro cuerpo celestial como si fuera ropa nueva.
Pues nos vestiremos con un cuerpo celestial; no seremos espÃritus sin cuerpo.
Mientras vivimos en este cuerpo terrenal, gemimos y suspiramos, pero no es que queramos morir y deshacernos de este cuerpo que nos viste. Más bien, queremos ponernos nuestro cuerpo nuevo para que este cuerpo que muere sea consumido por la vida.
Dios mismo nos ha preparado para esto, y como garantÃa nos ha dado su EspÃritu Santo.
Asà que siempre vivimos en plena confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo no estamos en el hogar celestial con el Señor.
Pues vivimos por lo que creemos y no por lo que vemos.
SÃ, estamos plenamente confiados, y preferirÃamos estar fuera de este cuerpo terrenal porque entonces estarÃamos en el hogar celestial con el Señor.
Pues todos tendremos que estar delante de Cristo para ser juzgados. Cada uno de nosotros recibirá lo que merezca por lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en este cuerpo terrenal.
Él murió por todos para que los que reciben la nueva vida de Cristo ya no vivan más para sà mismos. Más bien, vivirán para Cristo, quien murió y resucitó por ellos.
Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de reconciliación.
Asà que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando les rogamos: «¡Vuelvan a Dios!».